sábado, 18 de agosto de 2012

Vivir para ver

 

Acostumbrado a vivir en una nación, en la que a pesar de todas las carencias existentes, a pesar de los constantes tropiezos que en el afán de avanzar, emergen, usted puede encontrar una voluntad política a tono con el propósito de mantener un pleno respeto por la dignidad humana, jamás pensé encontrar en este pequeño rincón del Caribe tanta historia increíble en la que los niños fueran los protagonistas del despojo desmedido, del ultraje a todas luces y del abandono proverbial. Nosotros, los que hoy habitamos en OEIDIH, nuestra organización humanitaria  de fines no lucrativos, a fuerza de reiteración, ya habíamos experimentado grandes sorbos de desconcierto, porque frente a cada historia de las que les he compartido siempre aparece el sobresalto del corazón, porque se trata de realidades que en muchas ocasiones rebasan los límites de la propia ficción, a tal punto que en ocasiones pudieran codearse nuestros relatos con la inverosimilitud. Pero aun  frente a la realidad el corazón se resiste a dar crédito a muchos de los pasajes que desfilan por delante de nuestras miradas atónitas, y en todo caso emerge una interrogante ¿Cómo puede ser posible que en plena alborada del vigésimo primer siglo haitiano haya tanta crudeza humana? ¿Cómo el nivel de los sentimientos del corazón pueden rebasar los límites de la tolerancia para desembocar en el miasma de lo indecible?
La historia que le voy a contar pudiera parecerle inverosímil en extremo, porque sus ingredientes no son los mismos con que se suelen “cocer” a fuego lento las ficciones saturadas de edulcorantes maquillajes que llegan a presentarse como el producto al que jamás discreparíamos una tilde. Aquí yo he preferido omitir, por razones éticas, algunos elementos a fin de no herir la sensibilidad del lector. No he puesto maquillajes;  solo he podado en algunos casos, ciertas protuberancias, para no agredir su ego, querido lector.
II
Jessica es una adolescente que no ha conocido la felicidad. Esta ni siquiera ha tenido la torpeza de pasarle cerca para que la pudiera contemplar de soslayo. Es huérfana de padre y madre, y antes de venir a nosotros cocinaba para más de diez personas. De modo que usted ya pudiera adivinar que nos encontramos en presencia de una ex restavèk, un término que se ha acuñado para identificar a las esclavas domésticas que en este país trabajan de sol a sol solo para tener derecho a un plato de comida y en la mayoría de los casos a unos dos metros de piso donde colocar su adolorido cuerpo, en cualquier indeseable rincón de la casa. Usted puede suponer que de esta vida de cautiverio citadino tendríamos mucho de qué hablar. Ese quizás pudiera ser el tema de otro encuentro, porque hoy quiero narrarle una experiencia que le ha desgarrado el alma a esta adolescente, a tal punto que ya no puede evocar su pasado sin que se le atraviesen como flechas envenenadas las tristes escenas… Le invito a echar un vistazo hacia atrás. Apartemos indiscretamente, un poco, la neblina de los años…
III
La muerte de los padres de Jessica sobrevino en serie. Una tras la otra. De modo que esta niña de 3 años no tuvo prácticamente la dicha de saborear el afecto de sus preceptores. Ni siquiera pudo saborear el dulce calor del hogar, aún cuando doliera en su alma inocente la ausencia de sus progenitores, porque su hermano mayor, un hechicero de marca mayor, ungan, echó a toda la prole a la calle. Dos hermanas mayores que Jessica trataron de entablar proceso judicial a fin de recuperar alguno de los inmuebles que en herencia dejara su padre. Terminarían sus días pasando a mejor vida, como consecuencia de un despiadado acto de hechicería. La niña fue lanzada a una gran cañada por donde corren las aguas de drenaje albañal de la ciudad, junto con su hermanito de poco menos de diez meses. Un enorme cerdo se les acerca, la cola enroscada caprichosamente hacia arriba, como para indicar el vigor de su anatomía ¡Viene masticando una porción de carroña! A la niña se le encoge el corazón, porque intuye que la enorme bestia se puede engullir a su hermanito, y con un poco de mala suerte a ella también. Así que grita con todas sus fuerzas. El cerdo se acerca y olisquea insistentemente el cuerpo de la criatura que grita desesperadamente. Parece decidido a tomar su botín porque resopla dos o tres veces antes de darle la primera dentellada en un muslo. Abre todo cuanto le es posible sus fauces y lo atrapa en este sitio ¡Oh pequeñín, cuyo destino parece ser el de los desamparados a su suerte! Lo sacude y lo levanta con el objetivo de arrastrarlo para apartar su presa y alejarse de la intrusa que dando alaridos le importuna. Justo en ese instante un golpe contundente  hace a la bestia desistir del empeño, pues abandona a regañadientes a su botín y sale gruñendo cañada abajo. La pequeña Jessica hoy recuerda la aparición de la señora Josephine como la de un ángel de la guarda, pues de haber demorado un segundo quizás su hermanito habrá sido destrozado y engullido.
… Y cada vez que narra la historia, a instancias de algún curioso (¡que nunca faltan!) un brillo de impotencia, y también de agradecimiento, le asoma a la mirada como quien tributa con un aplauso desde lo más recóndito de su corazón a una persona digna de homenaje.

Arnoldo Civil Urgellés

martes, 31 de julio de 2012



  Julio agoniza. Se impone un balance de nuestros resultados académicos de nuestros estudiantes, o mejor, de nuestra labor educativa general, porque la mirada de un curso escolar debe estar enfocada desde la visión crítica de alguien que necesita conocer de golpe todo lo relacionado con este tipo de actividad a fin de poder corregir cualquier defecto en aras de subsanar errores.

Al mirar por encima del hombro el curso escolar que recién termina lo hacemos con la satisfacción de quien ha tenido una buena cosecha en su sembradío. En primer lugar nuestra organización OEIDIH alcanzó un peldaño más elevado en los afanes de perfeccionar nuestros resultados. Logramos el financiamiento a tiempo completo de un funcionario encargado del control académico de nuestros pupilos. La señora Masculan Laplante, miembro fundacional de nuestra organización, recibió la honrosa distinción de ser la inspectora académica de nuestros estudiantes. (Es bueno que usted sepa que los 30 alumnos financiados por nuestra organización estudian en diferentes centros de esta ciudad, lo cual hace difícil el establecimiento de un pronóstico rápido, debido a los elevados niveles de dispersión de los mismos). La señora Laplante, madre de 4 niños huérfanos a partir del terremoto del 12 de enero de 2010 de hecho los beneficios pagados por nuestra institución a cambio del fruto de su trabajo. El segundo logro importante que valoramos a la hora del recuento es que todos los niños que fueron a las aulas bajo las banderas de nuestra organización aprobaron, más del cincuenta por ciento con resultados sobresalientes. Es sin dudas la mejor de las cosechas, en un momento en que pretendemos elevar a niveles cimeros el coeficiente intelectual de quienes fueron empujados por la vida hacia el precipicio de la desesperación

lunes, 9 de abril de 2012


I
No, no es un tema de película. En un trozo de realidad que las circunstancias me han obligado a compartir con usted, porque, como decimos los cubanos: “¡Es mucho para un solo corazón!”. Si no me cree, venga conmigo. Lo invito a recorrer este intrincado mundo de incertidumbres e incógnitas…
II
Esperanza Jacob es una cubana de mucho arrojo, y muy llena del Espíritu Santo. Por eso, sin temer a la adversidad que significa andar por las calles de esta ciudad embrujada y llena de secuestradores, salió a buscar un niño más para nuestro hogar. Su maternal intuición le dictaba una acción: “Has de ir a Croix de Bouquet a recoger niños huérfanos, de esos que duermen en las calles, mendigan en las calles, y casi nunca comen en la calles…” Así que sin pensarlo otra vez salió hacia esa lejana zona hacia la labor de rescate. Quizás si no le dijera que esta acción, en este contexto, es en extremo temeraria y riesgosa, porque para los secuestradores todo aquél que busca muchachos para protegerlos es porque tiene recursos con que pagar un rescate, aún cuando, como en nuestro caso no tengamos dónde caernos muertos, no me entendería, si le dijera que su salida nos dejó en el paladar del alma sabor de la preocupación, pues conociendo sus limitaciones, no podíamos menos que especular sobre su seguridad, aún cuando ella insistiera en ir sola, para no despertar demasiadas suspicacias.
III
Una mujer delgada, de unos 60 años y escasa visión ocular recorre cada palmo del pequeño parque de Croix de Bouquet, una localidad de Puerto Príncipe, en busca de los niños huérfanos a quienes dio cita para el día de hoy. Comprende que anoche llovió bastante, de modo que los huerfanitos que viven en el parque se han movido hacia algún sitio más hospitalario. Eso va a dificultar su trabajo. Discretamente Esperanza, que así se llama nuestra protagonista pregunta a alguien. Despectivamente se refiere a “esos vagabundos” y le refiere que podrá verlos en cualquier parte. Ella espera… mas ellos no regresan. Tal vez, con la misma intuición que la de un gorrión que alza el vuelo ante la llegada de alguien que va a lanzarles un poco de alpiste, pero éste cree que va a atraparlo, así ellos se desparramaron por las enmarañadas callejuelas. Vaya usted a saber. En un contexto donde se mueven tantos sacrificadores infantiles, los niños aguzan su sexto sentido ¡Más en estos día de Semana Santa! Sus difuntos padres siempre les dijeron que debían extremarse las precauciones en estos días, pues el promedio de secuestros es mucho mayor. “Vaya casa de Lodjina”. Le dijeron. Todo el mundo sabe que ella tiene en su casa un huerfanito. Hacia allá encaminó sus pasos.
IV
Cualquiera diría que la hubiera estado esperando desde hacía mucho tiempo. Ante le insinuación de que se quería adoptar en el hogar de niños desamparados al pequeño que yace en un rincón de la casa, la señora Lodjina respondió con entusiasmo. “Sí, como no. Lléveselo. No sabe usted como yo rogaba que llegara un momento como éste. Mire, los míos son cuatro, y mi esposo murió en el terremoto. Pero, siéntese, mientas le preparamos sus bártulos le cuento su historia…
Una mañana de domingo llagó a casa de Lodjina una joven con un niño de unos siete meses. Tenía necesidad imperiosa de que ésta le cuidara por dos días a la pequeña criatura. Solo dos días, pues ella debía ir al interior del país en busca de un dinero para pagar un abogado en un proceso judicial en que se encontraba envuelta. Las condiciones de traslado hacia Jacmel no permitirían que llevase consigo al bebé. Dos, a lo sumo, tres, y estaría de regreso. Miró a su esposo Joseph que preparaba callado una silla de pajilla a fin de venderla esa misma mañana. Este con un movimiento de cabeza dio su aprobación. La madre resultó ser una mentirosa, pues jamás la volvieron a ver… Ya en la casa había cuatro bocas, de modo que ésta vino a agregarse al cuadro de necesidades cotidianas, donde el pobre Joseph se deshacía en suspiros a fin de poder asegurar el pan de cada día. La muerte del cabeza de familia durante el terremoto vino a agravar las cosas. A Lodjina le cayó una tonelada encima. Sin una fuente de empleo, muchas noches debió dejar dormir con el vientre vacío a alguno de los suyos, con tal de darle algo al pequeño que ya debería tener un año aproximadamente. Era el cálculo de la anfitriona, quien había decido fijarle una fecha de nacimiento y un nombre. “Te llamarás Lobenki, y el problema del apellido lo veremos más adelante. El 31 de marzo será tu cumpleaños.” Sólo una fecha simbólica, para trámites de documentación, porque nunca se le celebró un aniversario.
V
Lobenki juega con una masa de fango. Ha decidido hacerse un castillito. Dentro vivirán la reina, el rey, y él, que será un gran militar, como esos que ha visto en las películas. “Cuando esté dentro de ese palacio no tendré hambre como ahora, porque dicen que las reinas tienen mucha comida. Comeré hasta hartarme y no le daré a James, pues éste me golpeó, después de quitarme el pedazo de paté. Ya hoy no comeré”. Ese pensamiento ocupaba su mente cuando llegó una señora alta a buscarlo. Como quien se cambia una ropa, mudó de pensamiento. En la inocencia de sus tres años aproximados intuía que algo grande pasaría en su vida. Esa señora parece buena, y me dará comida, según me ha prometido. Así es que allá haré un castillo mejor. Y aunque no lo demostró al instante, por cuestión de orgullo personal, que ya se le manifiesta, en su interior danzaba de alegría. Ni siquiera se percató de que ya no pertenecía a esta casa, porque ya Lodjina, con cara de pascua, sin un atisbo de tristeza, le tenía preparada su mochilita. ¡Oh, huerfanito! Pequeña hojita movida por el viento de la vida ¿Será que tu ausencia no será tenida en cuenta por nadie en esta mundo? ¿A nadie se le aguarán los ojos cuando por la noche vea tu espacio vacío a la hora de la comida? Al salir el pequeño sintió a sus espaldas una recomendación que le cayó sobre la mochilita roja. “¡Recuerda que te llamas Lobenki, y cumples año el 31 de marzo!

viernes, 17 de febrero de 2012


Los aniversarios son ocasiones para el recuento.

Siempre que asistimos al encuentro de un aniversario se impone la necesidad de mirar por encima del hombro, hacia atrás, con el objetivo de ver cuánto se ha recorrido, y si el derrotero emprendido ha sido recto o ha estado plagado de sinuosidades que te apartan del objetivo esencial de tu misión. De este contexto se deriva que la intención siempre será con la finalidad de corregir la dirección del camino con la finalidad de aportarle nuevos ingredientes al nuevo producto que se nos presenta como un reto tentador. El día 12 de febrero de 2010, justamente un mes después de la fatídica fecha del terremoto que asoló los cimientos de esta nación, nació nuestra organización, nuestra querida OEIDIH. En pañales adquirió la mayoría de edad. Se sabe que las grandes responsabilidades hacen crecer a las personas en su dimensión espiritual y les espolean los ánimos al punto de prepararlos como un corcel de batalla, aun cuando no se tiene estatura de potro de carrera. Eso nos ocurrió. Sin un átomo de condiciones nos dimos a la tarea de acercarnos a los niños huérfanos del Haití desplomado que todos comenzaron a mirar con visos de compasión desde una frontera distante; OEIDIH tendió la mano vacía a los infantes con vulnerabilidades mayores en una nación que acababa de ser lanzada al caos total por el infortunio de un cataclismo que dejó a miles de niños sin padres y a miles de padres sin hijos. De esta realidad nació el llamado de Dios. El pastor Ezequiel Batista respondió a la convocatoria. Con las manos vacías se lanzó a la aventura.

No faltaron ataques de desaliento, de desesperación, porque cuando quieres ayudar a alguien debes tener algo para dar en las manos; pero tampoco nos faltó la ayuda del Altísimo. Personas caritativas se nos acercaron y aportaron el ingrediente a nuestras carencias… Y comenzó a armarse una entidad llamada brindar ayuda a los más desesperados… Surgieron colaboradores, nacidos de la misma nación, quienes sin percibir remuneración se dieron a la tarea de aportar su energía siempre apreciada. Así nació una organización que adquirió dimensiones mayores en la lucha contra el tiempo y las adversidades.


En eso pensaba el pasado 12 de febrero cuando celebramos el segundo aniversario de nuestra organización, cuando personas de allende los mares nos dieron el apoyo para que a los niños no les faltaran las golosinas y pudiéramos celebrar nuestro segundo aniversario. Esa era la idea que desfilaba por mi mente como si cabalgaran tropel, una tras otra., Las ideas sobrepujaban mi masa gris como si quisieran hacerme reverdecer los laureles, mientras desde nuestras filas iban saliendo los “artistas de teatro” formados por nosotros mismos en el fragor de nuestro empeño por brindarles un poco de esparcimiento en cada minuto de lucha contra el tedio y la monotonía; o en cada minuto en que desfilaba la secuencia de cantantes de alabanzas y adoraciones frente a los invitados (los había, venidos especialmente, hasta desde la mismísima Cuba, nuestra patria querida); o simplemente cuando alguien, como Sadam Husein, a quien ya usted conoce por nuestras anteriores referencias y Sandra se las ingeniaron para arrancar a los más sentimentales, lágrimas de solidaridad, ante la narración de su triste pasado. Sadam no dejó de reconocer que no sabe a ciencia cierta cuál habría sido su destino, si no hubiera sido encontrado por los padres de OEIDIH. Patético fue el minuto en que refirió que por primera vez en más de una quincena llegó a probar comida caliente y con sabor a sal. A muchos les rodó una terca y parca lágrima por la mejilla en señal de conmoción. Sandrá fue más gráfica al destacar que simplemente si no hubiera sido hallada por la organización, a la que considera sus padres, sencillamente, habría sucumbido bajo las garras de una sociedad despiadada…Yo pensaba entre otras cuestiones: “Caramba, si Ezequiel y OEIDIH no hubieran existido, en virtud de las necesidades de estos niños, habría sido necesario inventarlos, pues la realidad de esta nación nos lo impondría como un mandato divino.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Donde las dan, las toman

Donde las dan, las toman

I

Los homenajes siempre tienen la misión de revolver los sentimientos. Todo aquel que ofrece un homenaje está haciendo justicia a la vida, porque está colocando el mérito en su justo peldaño. Y digo “peldaño”, y no “sitio”, porque este último concepto nos da una idea más acertada de que cuando rendimos un homenaje en cualquier lugar del planeta, éste podría estar un poco más arriba o abajo, en dependencia del lugar que en nuestras preferencias tiene la persona que es objeto del reconocimiento social. Sí, porque casi nunca los homenajes suelen quedar en el anonimato. Parece una condición consustancial con el género humano el hecho de que cuando tengamos que destacar algún detalle relacionado con la vida o las obras de una(s) persona(s), debamos “llamar al de enfrente” para que vea lo que estamos haciendo o en otros casos “llamarlo para que nos ayude a hacer algo”. Tales digresiones me vienen a la mente porque en OEIDIH somos amigos de los homenajes. No porque tengamos recursos para hacerlos, que en la mayoría de los casos solo tienen una connotación moral o emotiva, sino porque nuestros muchachos proceden de familias que no fueron muy “adictas” a dar felicitaciones o rendir homenajes. Imagine usted a un niño de doce años a quien se le celebra al primer cumpleaños. (No estoy aludiendo a celebraciones fastuosas, sino a un simpe hecho de recordar con un poco de carga afectiva un aniversario determinado). Si un niño al que por primera vez alguien le recuerda que vino a este mundo para contraer una deuda con Dios, de salvar su alma, porque su cuerpo ya está endeudado hasta los mismos huesos… Un niño cuyos padres, ya extintos, nunca tuvieron la posibilidad de recordarle que una fecha homónima, perdida en el pasado, vino a este mundo a pelear de frente con las calamidades, la basura, el hambre, la violencia, la insalubridad y otras limitaciones o excesos que duele mencionar, porque son deberes elementales de la sociedad para con cada infante, o si lo prefiere, un derecho inalienable que éste posee desde que vio la luz del sol por vez primera; de recordarles sus aniversarios, porque delante tenían otras diversas prioridades, a cuya cabeza siempre iba la de la búsqueda de algún elemento de subsistencia. Eso ha pasado generalmente con casi todos nuestros inquilinos. Recuerdo la vez en que una de nuestras niñas, Sandra, quien ya usted conoce, iba con nuestro pastor Ezequiel, frente a un Epi d’Or (Un centro donde se venden elementos de repostería) le comentó a su “padre” circunstancial: Papito (Como le llaman cariñosamente todos los niños de nuestro hogar de desamparados) “Papito, yo nunca me he comido una torta como esas de la vidriera ¿Algún día me podré comer una?” Comenta Ezequiel que el corazón se le bañó de lágrimas. Y aunque no disponía de abundantes recursos financieros, haciendo de tripas, corazón, como solemos decir en Cuba, la pasó al inmueble ¡y le compró una enorme torta que trajo a la casa, para que todos los niños se llenaran las narices de merengue!
Acá estimulamos los rendimientos académicos de los 35 alumnos a los que al fin logramos pagarles los estudios; elogiamos y hacemos extensivo al resto del colectivo el cambio para bien de algún patrón de conducta que había sido objeto de señalamiento o recriminación en otros momentos y que ahora viene a validar la idea de que el remedio a tiempo vale más que la cirugía, aun cuando esté movida por criterios esteticistas….
Que conste, no estimulamos por placer: lo hacemos porque como dijimos al principio, siempre nos ha gustado ver las cosas en su justo peldaño. De ahí que no transcurre mucho tiempo entre un homenaje y otro; solo el suficiente para que este acto no se convierta en una mera “rutinidad”.


II

Nuestra OEIDIH está hermanada con otra organización homóloga que radica en Puerto Rico, la Nueva Generación Haití, que aunque tienen dos fines diferentes, al final del camino vienen a complementarse como lo hacen un alma y un corazón en un individuo. Nosotros sin recursos, alimentamos, vestimos, escolarizamos, medicamos a cien niños: Nueva Generación Haití, con el concurso de personas de buen corazón, nos proporciona una buena parte de los alimentos que necesitamos para poder subsistir. De tal manera es esa complementación, que nos han asegurado el inmueble donde residimos por un año, hecho que viene a ser una acción salvadora, porque a la altura de diciembre teníamos un enorme signo de interrogación pendiendo sobre nuestras cabezas, respecto a dónde alojarnos durante el venidero 2012. Así las cosas, ha surgido entre estas dos organizaciones sin fines de lucro una afinidad que solo es comprensible cuando se analiza que los grandes amigos son los que han surgido durante una larga travesía, y han compartido los sinsabores del camino. Jorge Nieves, el máximo representante de la organización boricua, junto con Ezequiel, su homólogo, aquí en OEIDIH, son como hermanos: Las organizaciones, por su parte se ha hermanado de tal modo que al mirar su complementación uno piensa que si una de las dos no hubiera existido, por fuerza habría que haberla inventado, porque nada puede existir sólo en una de sus dos mitades.


III

Hoy Jorge Nieves ha visitado a nuestra organización. Secretamente le hemos preparado un homenaje, porque es su aniversario ¿Cuántos cumple? Eso poco importa. Lo que interesa es que nuestro deseo de que Dios le dé muchísimos años más para que pueda seguir pensando en los niños que no tienen defensores en esta vida se ha concretado con una sorpresa. A sabiendas de su proyectada visita de fin de año, los niños se confabularon con la dirección de nuestra organización ¡Y a conspirar en función de la canalización de este acontecimiento feliz! ¡Le han preparado como aperitivo emocional otra sorpresa! Son las siete de la noche. Es noche cerrada cuando desciende del coche un visitante, Jorge Nieves, a quien Ezequiel ha ido a recoger al aeropuerto. Suena el portón de hierro de la entrada. Alguien, cumpliendo sus funciones, abre. Adentro la casa está en tinieblas total, como si se hubiera ido la luz. Parece que se trata de un desperfecto técnico, porque las demás casas del entorno tienen alumbrado. Jorge, preocupado en los detalles de descenso el equipaje, parece no advertir esta irregularidad. Aunque vaya usted a saber… Remotamente en su subconsciente subyace un recuerdo de una escena semejante en la que tomó parte en el pasado aquí… Alguien le ayuda con las valijas, mientras el personal adulto de la vivienda le da la bienvenida. El resto de la casa permanece en silencio. Un silencio de piedra, tan compacto que casi se puede oír el latido de los corazones; un silencio que huele a conspiración, a componenda… un silencio que convoca al sexto sentido a poner el cuerpo en tensión, porque detrás de esta tranquilidad se puede esconder algo anormal. Uno, dos, tres pasos casinos, va subiendo los peldaños de la escalera de entrada. Yo le tomo la maleta en función de ayuda y de bienvenida. Luce cansado (Después supimos que había recorrido por más de doce horas entre avión y ómnibus un periplo de tres países para llegar hasta nosotros)… Continúa escalando, dos, tres escalones más y ya se encuentra en el pretil de la entrada. A estas alturas debe haber advertido lo del “apagón”. Sí, seguro, porque su aguda intuición no le dejaría pasar por alto un detalle de tales dimensiones. Al abrir la puerta una avalancha de niños se le viene encima. Alaridos, como si hubieran visto a Papa Noel o a Santa Claus entrara por esa puerta. Un grito unánime, uniforme, acompasado de “¡Olge, Olge!” (Que es como aquí suelen pronunciar este nombre) brota de muchas gargantas. Niños que ya hace tiempo dejaron de tener a sus padres cerca para colgárseles del cuello a fin de darles un abrazo, un beso… ahora se le vienen encima al distinguido visitante como una avalancha, como un alud de nieve, pero con la diferencia que aquí hay mucho calor, calor humano que sale por los poros de cada gente, convirtiendo con este acto la casa en un manicomio. Ya no hay calma en el recinto. Preguntas por los que quedaron en Puerto Rico, como si se tratara de alguien muy próximo de la familia se desgranan de sus labios como cataratas. Y es que estos niños han aprendido que en cualquier pedazo de suelo puede haber un poco de amor escondido.


IV

Hoy sábado, día de actividades de OEIDIH, donde se reúnen los quince niños que albergamos en la casa con los otros cien de la organización, es la fecha escogida para la celebración del cumpleaños del visitante, y le han preparado varias sorpresas. Familiares de los niños, conmovidos han sacado de sus ahorros y han mandado a hacer dos enormes tortas con merengue azul, sobre las cuales inscribieron la imprescindible frase “Felicidades, Jorge” Obras artesanales que dan idea de cuánto ingenio se esconde dentro de cada uno de estos niños donde la inteligencia estaba dormida debajo de una inmensa costra de polvo, son preparadas por los inquilinos. Actuaciones teatrales, un programa bíblico sabático que incluye como plato fuerte la presentación de nuestro niño predicador: Jeremy, y otras variedades, son organizadas.
Llegado el instante comienzan las actividades del programa. Todo está punto. Se descorren las cortinas imaginarias y ya estamos de cumpleaños, rindiendo homenaje a quien se lo merece. Una guitarra que ya Jorge le había regalado la noche anterior a Jeremy es la protagonista de las acciones musicales del espectáculo. Pero abruptamente las cosas cambian se sentido. ¡El objeto de homenaje se colocó en la piel de sujeto de homenaje! ¿Qué ha pasado? Jorge ha traído muchos regalos de su nación, porque dice que para las navidades a cada niño de su país se le regalan cosas; de modo que no quiere dejar pasar por alto la oportunidad para hacer reír esos corazones que se entristecen de cuando en cuando la echar de menos a sus padres, pero que ahora saltan de puro contento al tocar sus regalos. Aquella una linda muñeca ¡La palpa varias veces para cerciorarse de que es real; de que no asistiendo a un sueño imposible! ¡No! ¡Es real! Otros con juegos de mesa o de otros tipos se deleitan hasta la locura. Todo tipo de juegos y de entretenimiento son entregados. Todo transcurre rompiendo las rutinas. Se celebra el cumpleaños feliz de Jorge, y reciben los regalos inesperados los niños. Y yo veo la mano de Dios detrás de estas cosas, en las que se combinan las acciones para rendir dos homenajes (¿O muchos?) José Martí dijo: “Honrar, honra” Los honores fueron repartidos de forma armónica. Y yo veo la mano de Dios detrás de cada acción que se despliega en este sábado, lo cual se ve confirmado cuando el mismo Jorge les anuncia a los niños la forma en que los hermanos de su nación hicieron para hacerles llegar estos regalos. Busco en mi mente al homenajeado y se me confunde en un calidoscopio de personas que se mueven desde diferentes ángulos rumbo a un podio de premiaciones. Pienso: “Caramba, en este mundo hay de todo. No es osado pensar que donde las dan, las toman.”

domingo, 27 de noviembre de 2011

I Como un asilo domestico



– ¿Quieres más?
– Sí… sí… – responde, mientras devora una tras otra las porciones de alimento. Lo hace con delectación, con fruición, y con cierta dosis de desespero, como si temiera que de un momento a otro el plato desapareciera de su presencia. Hay en su rostro un no sé qué de escurridizo, de asombrosa sumisión. Esa puede ser la causa por la cual me mira con ojos desorbitados cuando le llevo otra ración de comida, después de servirle un poco de refrescante jugo, que aquí en Puerto Príncipe, tras los intensos calores estivales, se convierte en el componente inevitable de las postrimerías de la mesa. Desde una esquina del comedor la observa Saddam Husein… Por supuesto que ya usted lo conoce; y no precisamente porque se trate del extinto presidente iraquí, ultimado en un cadalso americano, sino porque ya les hablé de él a través de una de mis crónicas. Ésta se parece tanto a él cuando llegó a nuestro hogar de niños desamparados, que cualquiera diría son almas gemelas. No en el aspecto exterior, físico, que bastantes elementos diferenciadores poseen, sino en lo espiritual; en esa ausencia de brillo en la mirada; en esa fuga de la sonrisa que hace tiempo emigró de su rostro y ahora deambula por no sé qué paraje difuso del infinito… Ella no parece advertir que es blanco de muchas miradas compasivas, condescendientes, amorosas, cálidas, ¡de bienvenida! Solo parece advertir el nutritivo elemento que tiene… mejor dicho, tenía delante, porque, de un golpetazo ¡se lo ha zampado todo! Esa misma mirada con que lo mira a usted desde la foto con que acompañamos este artículo es la que me fulminó como para darme las gracias, pero había en aquella una magia que solo se transmite a través de los olores de la vasija recién vaciada, que usted inevitablemente no podrá percibir desde su afortunado rinconcito cálido de este planeta.

II
OEIDIH se ha convertido en una especie de asilo, al que han arribado varios niños, algunos de los cuales, por razones de espacio, o de tiempo (¡Vaya usted a saber!) usted no conoce. Pero dé por sentado que en algún momento, a su debido tiempo, los conocerá. Es que detrás de cada nombre de este colectivo infantil se esconde un historia sui géneris, única, irrepetible, como jamás se repetirá la fisonomía idéntica de otro individuo. De seguro en algún momento de nuestra existencia se la presentaremos de forma puntual. Compartimos otras responsabilidades, lo que no hace posible que cada vez que usted nos visita encuentre la historia deseada, esperada. Solo algunas han desfilado por nuestra galería de niños que han estado al borde del martirologio… algunas con matices más tétricos que otras; pero en todas el denominador común es el siguiente: hemos abierto nuestras puertas justo en el momento que alguno de estos infantes ha dado desesperadamente un aldabonazo, porque la vida agitada y angustiosa de esta ciudad devoradora de niños lo persigue para estrangularle los sueños que hasta un día acarició y que ahora ha tenido que guardar apresuradamente en una raída mochila…sueños estrujados que pujan contra el olvido para no ser lanzados contra una pared que termina en precipicio…sueños que flotan en las aguas encrespadas de un océano convertido en una ciudad fantasmal, y van dentro de una botella con la petición de auxilio que a veces no llega a sus destinatarios, porque la crueldad de muchos falsos preceptores se los pisotean miserablemente… sueños, al fin ¿Qué otra cosa podría albergar la mente de un niño que raya en la pubertad, cuando la vida le ha arrancado, sin piedad a sus padres y lo ha arrojado a la calle, dándoles un portazo en plenas narices, sin darle tiempo para recoger sus raída muñeca o su pelota deshilachada? Quien no haya estado en el Puerto Príncipe del siglo actual, deplorablemente no habrá conocido el verdadero rostro de la miseria humana. Víctor Hugo escribió en el siglo diecinueve, la miserable vida de la nación que se erigió como metrópoli de ésta otra. Lo que no pudo concebir su fecunda imaginación fue que dos siglos después en el hemisferio occidental esta otra nación pequeña les aventajara en condición misérrima ¡Vaya ironías de la vida! Allá, por lo menos en la rancia aristocracia no se albergaban los sentimientos mezquinos que usted suele encontrar en este rincón del planeta azul llamado Tierra. Tampoco eran los mismos contextos, por lo que la existencia de ésta nos da la idea de un anacronismo rancio e irremediable.

III
Jounisa Toussaint llegó justamente en el momento de su mayor apuro. No porque la persiguieran, sino porque otras circunstancias conspiraban contra ella. Huérfana de padre y madre, no tuvo como agente agresor el devastador sismo del pasado 12 de enero de 2010, sino mucho antes. Cuando tenía cinco años perdió a su padre, quien fue ultimado en plena calle por una banda de forajidos. Unos meses después fallecía su madre, quien sabe si de pena… ¡Vaya usted a saber! Sabido es que las personas que mueren en esta ciudad no reciben el diagnostico forense en un elevado por ciento de los casos, de lo que se desprende que cualquier elucubración sobre las causas de su deceso puede ser entendida como válida. Lo cierto es que la niña fue recogida por una prima, quien le dio abrigo y manutención. Esta capitalina se las había ingeniado para dejarse ver ante los ojos de los demás de la familia como la preceptora ideal. Así que durante ocho años la tuvo bajo su techo y custodia, sin que los demás sospechasen que pudiera tener una personalidad controvertida.
IV
El primer encuentro de esta niña con nuestra organización data de más de un año, pero inexplicablemente perdimos todo contacto con ella, a pesar de haberle pagado desde hace más de doce meses el costo de sus estudios durante todo un curso escolar. Sucede que su prima encuentra un trabajo. Lo que resultó una bendición para la casa en la que hay un hombre que no quiere trabajar, para dejar la misión de sustentadora a la fémina, y Jounisa se convierte en una obrera sin salarios (¿¡Quién viera semejante disparate alguna vez!?), de la noche a la mañana en casa de su propia familia. Porque se le impone la tarea de cuidadora del niño más pequeño de la casa, un infante de sólo unos meses. No creo innecesario que le diga que además debía asegurar todas las demás actividades domésticas, lo que incluye la escoba, la plancha, el trapeador, la cocina y todo los que de estos ilustres elementos se desprende. De modo que vio volar en pedazos sus sueños… Y la idea de poder ser alguien en la vida escapó tras la cola de un papalote que se fue a bolina . A estas alturas se le encomiendan otras misiones o labores domésticas, de modo que poco a poco se ha ido convirtiendo en la columna vertebral de la casa… Poco a poco va sintiendo como la cárcel se le va haciendo más y más insoportable. Siente cómo los grilletes que de buenas a primeras se le han impuesto van siéndole intolerables… “Debo escapar; pero, ¿a dónde? De repente recuerda la existencia nuestra y concluye: ¡Claro, hacia OEIDIH, o nunca más podré estudiar!” Sin pensarlo dos veces se lanza a una aventura, cuyo desenlace no puede avizorar, pero de la que está segura que tiene que salir, porque la vida no le ha dejado otras alternativas.
Sin un céntimo con qué pagar el pasaje se mueve a lo largo de las tortuosas calles y callejuelas de esta complicada ciudad mitad montaña, (y mitad montaña). Así famélica, con el alma hecha jirones llega a nuestras puertas.
Y el pastor Ezequiel Batista, director de la Organización Evangélica Internacional para el Desarrollo Integral de Haití (OEIDIH) da su aprobación para que esta niña se convierta en el inquilino número once de nuestra casa de niños desamparados. Su esposa, la pastora Yanuirka Moskeda la inscribe en el registro con esos datos y ordena se le se le sirva una suculenta ración de alimento (superior a la per cápita habitual). Y la niña la devora, como quien presiente que fuera a acabar su existencia y esa fuera la última acción que haría.

sábado, 5 de noviembre de 2011


Todo por esa sonrisa
I
En mi vida he conocido a muchos Erick. Muchas son las formas ortográficas que distinguen a los signados con esa denominación. Hay quien escribe ese nombre de una manera diametralmente opuesta a la otra. En ocasiones hasta con hache inicial como para sellar un rasgo distintivo entre los demás de sus clase. Físicamente tampoco son muchos los rasgos identitarios que me los pueden asemejar. De modo que cuando menciono ese nombre, me acuden a la mente imágenes diversas, como fundidas en un calidoscopio. Porque sus presencias a través de los años me han hecho reverdecer, en ocasiones, o fenecer, en otras, las características que ponen el sello distintivo de cada una de esas personas, en mi masa cerebral. Generalmente son conciudadanos míos, lo cual no quita que en mi lista especial se cuele algún que otro individuo de allende los mares. Durante los lejanos años de mi infancia cierto personaje con esta denominación había cautivado mis atenciones de modo que cuando alguien mencionaba este nombre era quien acudía inmediatamente a mi imaginación. Era Erik, un viejo vikingo, de carácter recio, como los robles; indomable como las palmeras que crecen en las sabanas de mi Cuba querida; valiente como un héroe homérico, o como los legendarios adalides que desfilan por las diferentes páginas de las sagradas escrituras. Había sido el protagonista de una película de acción que se estuvo proyectando en las inmensas pantallas de los cines de mi ciudad natal durante mucho tiempo. Está de más decir que este personaje se convirtió en el modelo de persona a quien yo hubiera querido parecerme, y muchas de las acciones que yo realizara movido por mis pasiones infante/adolescentes traían como inspiración su imagen. Fue pues este Erick el personaje con quien más se relacionaban mis recuerdos. Y casi recién ahora me percato de que hasta los años de mi actual madurez personal, aun se éste se mueve en mis recuerdos, ora con contornos difusos, ora precisos, nunca confusos, porque caló hondo en mi memoria. Sin embargo esta imagen paradigmática para mi yo contextual dio paso a otra que se podría mover en los extremos opuestos de la configuración facial, que es en resumidas cuentas lo que más nos queda, en el momento en que convocamos al recuerdo la presencia de alguien en particular: era ésta la de un niño de los que abraza nuestra Organización Evangélica Internacional para el Desarrollo Integral de Haití (OEIDIH). En sus facciones no había ningún elemento que pudiera sembrarse en el recuerdo, porque diríase que sus rasgos eran de forma plana, si de algún modo pudieran estos definirse. Sin embargo siempre me llamó la atención este chicuelo, porque no se parecía en nada a sus homónimos y al mismo tiempo me los recordaba terriblemente. Lo contradictorio del caso radica en el hecho de que había tal volumen de diferencias entre éste y los demás que uno se asombraba de forma terrible también desde el primer golpe de mirada. Su mirada era seca, adusta, huraña como alguien que hubiera habitado en las “cumbres borrascosas” y por alguna razón ahora se empeñaba en martirizar a las personas con el influjo de una mirada penetrante que te puede penetrar hasta los huesos… Por alguna razón las personas que se encargan de “administrar” la alegría, hicieren lo que hicieran jamás habían logrado que nos regalara una sonrisa como prueba de su reconocimiento a nuestra labor, que a mí se me antoja titánica… hicieren lo que hicieran, su semblante permanecería imbatible, o peor todavía, inmutable. Por eso siempre constituía enigma el hecho de que no pudiéramos arrancarle una sonrisa a este desdichado ser enigmático que sábado tras sábado acudía a nuestros locales a recibir la bendición del amor que les proponíamos puntualmente. Y pudiera parecer un contrasentido, pero era este de los niños que nunca faltaban a la convocatoria sabática de nuestra organización. De modo que para mis adentros yo me decía: “Caramba, que pasa con él, porque nos necesita; si viene a nosotros es porque le hacemos falta. Luego, ¿dónde está el detalle que nos impide hacerle ver los colores de la vida con la misma intensidad con que la ven sus congéneres? No sé si he dicho que entre las actividades que desarrollamos se encuentran las de la recreación, con acciones precisamente dirigidas a hacer reír a quienes sufrieron la más triste sanción que pude imponer la vida: la orfandad ¿Quién a esa edad tendría alegría permanente en el rostro, después de haber perdido a sus padres y quedar solo, a la deriva, en la barcaza frágil que deambula por inciertos parajes? De modo que el momento de la recreación se convertía en un instante especial para nosotros. Por eso poníamos nuestro empeño en todos los niños, para que después de recibir sus enseñanzas bíblicas, sus actividades educacionales y deportivas, su atención gastronómica, su peritaje y tratamiento médico, ahora dieran rienda suelta a sus emociones, a su imaginación, en fin, a ese potro salvaje que nos cabalga dentro cuando a esa edad nos ponen diluidos entre una multitud de nuestros coetáneos a liberar energías a todo tren, como si fuera este el último día de nuestras vidas. Y el resultado de nuestras acciones era ostensible, visible, plausible, porque al final de cada jornada usted solía verlos con un nivel de realización tan visible, que el corazón querría reventarle las costillas y salir disparado hacia fuera, de tanto gozo; pero con él resultaba desesperanzador, si de algún modo pudiésemos catalogar con tristeza un resultado inesperado, frente a alguien a quien se le han escapado del alma todas las golondrinas y han volado hacia el país de las alegrías y los merengues, y los caramelos, y las risotadas a coro, y el placer servido en grandes proporciones, como para que no quede alguien con deseos de pedir se le repita una doble ración a su espíritu emprendedor. Todos los niños en esos momentos de recreación cantaban, aplaudían hasta el delirio las actuaciones de sus propios compañeros, artistas improvisados, de los que, eso sí, dan la vida con tal de recibir el beneplácito de una sonrisa o el premio de una carcajada. De hito en hito yo solía mirar hacia el rinconcito donde siempre se sentaba mi personajillo, con una pregunta colgando de mi intelecto de viejo educador: “¿Por qué Erick no sonríe como los demás?” En resumidas cuentas, como los demás, perdió a sus padres, y los otros sonríen. (Aunque usted no me lo crea estos huerfanitos en ocasiones tienen destellos de alegría delirante frente a cualquier hecho de la vida. Mas de pronto la sonrisa o la carcajada se les congela y se transforma en una máscara de cera. Algún fantasma por sus adentros acaba de estropearles el montón de estrellas que rutilaba en sus sueños. En ocasiones como éstas la mirada se les torna enigmática, y desde el fondo de sus tiernas almas sale un profundo suspiro, como el de un anciano que ha dado más de mil vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño, en si quinta hora de vigilia nocturnal… Tanto han sufrido a estas alturas que comparten precozmente esa manifestación de angustiosa situación, con las personas adultas. Y usted daría la mitad de su vida con tal de poderles borrar, de un “gomazo”, la causa que les ha generado tal carga de angustias. Pero la vida tiene ese particular. Los hechos son irreversibles. En un buen porcentaje nunca las historias tienen el final de los cuentos de hadas y de duendes… “duendes, duendes” ¡ay! Quién fuera capaz de atravesar distancias en busca de un duendecillo que pudiera hacer lo que a usted en este instante le está vedado: darle un poco de brillo a una mirada que se ha escapado de un rostro y vaga por no sé qué parajes… Sin embargo al final de todas sus incursiones por el intrincado laberinto de los sentimientos, después de todos los escapes de emociones, como casi todos los niños, no podían resistirse ante el influjo del amor brindado a manos llenas. Volvía, como vuelve después de un día de borrascosa tormenta, el sol con sus rayos de oro a celebrar tal acontecimiento. Al final de cada evento siempre se recibía de cualquier modo el premio del reconocimiento. El rostro de Erik tenía otra connotación. Era como si se hubiera concentrado en sí mismo; como si las cosas que se hacían delante de él, pertenecieran a otra dimensión y no estuviera enterado de los acontecimientos. Nunca le vimos una sonrisa. Su rostro tenía la misma expresión, como si la hubieran estampado en la cara con un enorme cuño esa mueca que sabe a rancio en los corazones o produce nauseas en al paladar de las almas… ¡Ay, Erick, chiquillo mío, cuanto daría porque un día mostraras en una sonrisa, la misma alegría que mostraba aquel vikingo cada vez que lograba una conquista! Eso, sin embargo para nosotros venia resultando una quimera. Y ya casi se tenía como algo normal el que su seriedad de rostro ceñudo y mirada adusta hiciera que despilfarrásemos el alma en busca de una de una expresión de alegría fugada a no sé qué sitio intergaláctico… Después, cuando me contaron su historia, que es única (Aquí ninguna se repite en esta gama y amalgama de infortunios) comprendí cuanta carga gravitaba sobre su pequeño corazón de gorrión solitario entre una muchedumbre de pajarillos gorjeando y piando hasta la locura…
II
Aquella tarde la señora Vanesa se había apurado bastante a fin de tener listas todas las cosas de la casa. Una merienda era todo lo que prepararía esa tarde, porque su esposo Louis la había impartido la orden de que debía haber terminado antes de las cinco: esa tarde irían de visita a casa de unos parientes, porque habían sido invitados a un ágape familiar y allí comerían. La sobrina de Louis, prima de Erick cumplía esa tarde sus quince primaveras. A ella nunca le habían celebrado una fiesta de cumpleaños. En la familia no había muchos precedentes de estas fiestas debido a las limitaciones de las economías, pero a Fania, que así se llama la agasajada, otro tío, residente en los Estados Unidos le mandó el dinero para que pudiera realizar estudios superiores. Esa es la razón por la cual habían decidido amontonar de sus miserias “una fortuna” para darle a la niña un placer que no se ve de forma muy reiterada entre las personas que comparten el mismo rango social de esta familia portoprincipeña, y ello constituía al mismo tiempo una forma de festejar tal regalo familiar. A Erick le compraron zapatos y ropa nuevos; así que ardía en deseos de ponérselos de estreno, cosa que no se le había permitido, porque rompería el encanto de deslumbrar a otros con lo que con tanto amor se le había adquirido. Así que como cualquier niño de su edad, sentía deseos irresistibles de ponerse todo su atavío, a fin de deslumbrar a sus coetáneos. Muchas veces a escondidas llegó a ponérselos, a riesgo de que, de ser sorprendido, recibiera una recia reprimenda. Porque el carácter del viejo, pese a su jovialidad y cariño, en ocasiones llegaba a “punto de fermentación”, al decir de cualquier buen cubano. En instantes como esos, bien hubiera valido la pena no haber estado por todos esos contornos. ¡Ahora, al fin, Erick se pondría su atuendo nuevo! “Verán los muchachos de mi aula que yo también tengo ropa nueva ¡Ja, ja, ja, que divertido va a ser!” Por eso canturreaba una y otra melodía, mientras se derramaba media ducha y se gastaba un jabón en la espalda… Un instante fue suficiente para que todo dejara de ser como hasta entonces. La casa se estremeció dos veces, con ruidos venidos desde el centro de la tierra, como si un enorme dragón estuviera pugnando por salir a la superficie. Al muchacho eso le produjo mucho miedo, porque pensó que precisamente era eso lo que ocurría, que uno de los personajes de los cuentos se había metido en la realidad de su mundo. Por un instante se le paralizó el corazón y se le congeló la sangre en las venas. Algo inusual, fuera de lo común está pasando. Y su mente infantil le está proporcionando abundantes datos que corroboraran tal presagio. Erick con la cara enjabonada es ese instante sale disparado, pero al momento pierde el equilibrio y cae de bruces. Todo desparece de su campo visual, entre una inmensa nube de polvo. Solo eso es suficiente para sacarlo del mundo en que hasta ahora se encuentra. Cuando logra recuperar el estado de conciencia, siente gritos desgarradores afuera. Un frio intenso le contrae el vientre y todos sus órganos vitales. El cuerpo no le obedece, nada la funciona… El pánico le crece. La angustia da paso la incertidumbre; y esta, a la nada… Pudo ver que su casa se había desplomado. ¡Se encontraba bajo los escombros! Por fortuna las columnas que soportaban la ducha habían permitido que hubiera conservado la vida en el sitio en que se encontraba… A rastras comenzó a avanzar bajo lo que se le había antojado de repente, un infierno… La casa entera se había desplomado sobre ellos… “…sobre nosotros, nosotros…” Y entonces se arrastró con mayor desesperación, en busca de su madre, que había dejado en la cocina… “Mamita…”˗ sus gritos eran desgarradores, pero nadie le respondía, mientras que afuera todo era un corre˗ corre de hormigas locas. Sentía los gritos desgarradores de las personas allá afuera. Pero él permanecía atrapado, desesperadamente atrapado. No hace falta describir la angustia que se le apoderó del alma, porque nadie podría ponerle a esta situación los matices con que la realidad de la vida la sepulta los sueños de golpe. Así que se fue arrastrando hasta llegar el sitio done había dejado a su madre. En el lugar distinguió un enorme charco de sangre. Allí estaba su madre, o lo que pudo ver de ella, porque la mayor parte del cuerpo estaba del otro lado de una enorme masa de placa de cemento que se le había desplomado encima después de haberse fragmentado en dos… Al niño se le vino el mundo encima, sumergiéndose en el abismo de la inconciencia. Permaneció mucho tiempo así, hasta que alguien en su desesperación logró dar con él. Era el Tío Paul, quien había conservado la vida de puro milagro y ahora venía (a estas alturas habían transcurrido dos larguísimos días) con tres de sus hijos a perforar una parte de la pared, desde donde ya comenzaba a emanar un fuerte olor a carne descompuesta. No quería dejar a su madre, pero ya las circunstancias demandaban de otra acción más racional. “Por lo menos me queda papito y cuando regrese, juntos vamos a enterrar a la madre” ¡Pobre gorrioncillo! Qué lejos estaba de saber que su padre, albañil de oficio y único sustento de la casa había sido aplastado bajo un enorme andamio que él mismo había colocado a fin de resanar una pared.
III
Podría contarles mucho más de las peripecias sufridas por este diminuto ser a quien la vida le había jugado una mala pasada, mas siento que de nada serviría escarbar en estas heridas que aún le sangran al chicuelo, quien se encerró en un mutismo de niño autista. Hacía todo lo que le dijeren sin responder una sola palabra. Y cuando debía responder cualquier pregunta siempre lo hacía secamente, solo con monosílabos. Cuentan que en ocasiones se iba al sitio en que estuvo su casa y allí permanecía largas horas en una misma posición, como quien rinde un homenaje, sin que hubiera quien pudiera sustraerlo de sus pensamientos, y cuando regresaba a la casa del tío, que aunque agrietada, prodigiosamente había permanecido en pie, lo hacía con un rictus de dolor dibujado en el rostro. La angustia comenzó a hacérsele mayor al descubrir que comenzaba a ser una carga para sus familiares más allegados. Unas veces debía dormir con el vientre vacío; otras veces casi también. En medio de esto intuía que en algún momento sus primos (¡9 en total!) percibían algún que otro sustento, porque no daban las mismas señales de desesperación que daba a él, el hambre cuando fustiga hasta el cansancio. Pero a donde más podría ir… Así un buen día fue descubierto por uno de los colaboradores de nuestra organización. Y entre nosotros se encuentra…
IV
Un día hablé, en una de mis crónicas, cuando hacía mención al trabajo de la Fundación Nueva Generación Haití, que bajo la batuta de Jorge Nieves entró en nuestro recinto con una manojo de esperanzas, para con ello despertarle el duendecillo de la sonrisa a un niño de los que cohabitan con nosotros en la casa de niños desamparados ¡Era Erick! Recuerdo que en ese entonces prometí volver a hablar de él. Ha corrido mucha agua por los cauces de los ríos, pero he logrado hilvanar su historia para que vean que a veces alguien surca los mares en pos de un objetivo y de golpe se encuentra que ha rebasado todas las expectativas. Porque seguro estoy de que Jorge, Ángela, Barby, Juancho, Kenny, Lola, Gladis, el Dr. Ángel y Jessica, en fin los representantes de la fundación traerían a OEIDIH un carrusel de colores ¡Pero jamás imaginaron que serían portadores de un enorme arcoíris! Realizaron una inmensa gama de actividades en las que estuvo presente la creatividad que da a luz una originalidad nacida del amor por los niños sin amparo. Los pasajes bíblicos les eran presentados desde nuevos prismas, pero en ningún caso perdían su esencia teológica. Así que, bienvenidos al grupo, al cual yo seguía con especial predilección de viejo pedagogo jubilado, en cada una de sus presentaciones. Muchas y variadas eran las tareas que nos correspondía realizar. A mi particularmente me llenó de regocijo el haberles podido ejercer como traductor a una buena parte de sus actividades. Por eso podía ver de cerca el nivel de las emociones que cada día subía hasta los límites insospechados ¡a tal punto que habían hecho sonreír a Eric! No podía creerlo. Había nacido un milagro, como de la mañana nacen los rayos de luz, así el rostro de aquel chicuelo brilló por un instante. Solo por un instante… Después su semblante volvió a sepultarse en la sombra de su mutismo inveterado. Pero realicé un descubrimiento importante: no se le había secado el manantial de la alegría; que había que cavar a profundidad hasta encontrar ese preciado recurso emocional. La pauta que nos sembraron nuestros hermanos de Puerto Rico bajo la batuta del hermano Jorge Nieves en nuestras proyecciones sirvió para que nos empecináramos en encontrar ese cofrecito donde se esconden las emociones. Así que a partir de ese minuto pusimos especial atención en ese pequeñuelo con un único propósito, que le brotara una nueva sonrisa. De más está decir que logramos el milagro que por primera vez descubrieron las actuaciones de Juancho, Barby o los demás que se le presentaron al chico. La actuación de aquellos hermanos nos mostró que nunca se pierde todo el trasfondo de la sonrisa; que al alma aunque la agiten vendavales, le puede volver la tranquilidad; que después de la tempestad, viene siempre la calma; que nunca se debe perder la esperanza cuando se trata de devolver a un niño el brillo perdido en el vacío de una mirada clavada en lontananza, en el espacio sideral; que jamás debemos cerrar con llave el baúl de la ternura.
VI
Y en cada una de nuestras acciones nos desgastamos por conservar intacto ese estado emocional. Y lo damos todo por conservar el embrión de esa sonrisa.