I
No, no es un tema de película. En un trozo de realidad que las circunstancias me han obligado a compartir con usted, porque, como decimos los cubanos: “¡Es mucho para un solo corazón!”. Si no me cree, venga conmigo. Lo invito a recorrer este intrincado mundo de incertidumbres e incógnitas…
II
Esperanza Jacob es una cubana de mucho arrojo, y muy llena del Espíritu Santo. Por eso, sin temer a la adversidad que significa andar por las calles de esta ciudad embrujada y llena de secuestradores, salió a buscar un niño más para nuestro hogar. Su maternal intuición le dictaba una acción: “Has de ir a Croix de Bouquet a recoger niños huérfanos, de esos que duermen en las calles, mendigan en las calles, y casi nunca comen en la calles…” Así que sin pensarlo otra vez salió hacia esa lejana zona hacia la labor de rescate. Quizás si no le dijera que esta acción, en este contexto, es en extremo temeraria y riesgosa, porque para los secuestradores todo aquél que busca muchachos para protegerlos es porque tiene recursos con que pagar un rescate, aún cuando, como en nuestro caso no tengamos dónde caernos muertos, no me entendería, si le dijera que su salida nos dejó en el paladar del alma sabor de la preocupación, pues conociendo sus limitaciones, no podíamos menos que especular sobre su seguridad, aún cuando ella insistiera en ir sola, para no despertar demasiadas suspicacias.
III
Una mujer delgada, de unos 60 años y escasa visión ocular recorre cada palmo del pequeño parque de Croix de Bouquet, una localidad de Puerto Príncipe, en busca de los niños huérfanos a quienes dio cita para el día de hoy. Comprende que anoche llovió bastante, de modo que los huerfanitos que viven en el parque se han movido hacia algún sitio más hospitalario. Eso va a dificultar su trabajo. Discretamente Esperanza, que así se llama nuestra protagonista pregunta a alguien. Despectivamente se refiere a “esos vagabundos” y le refiere que podrá verlos en cualquier parte. Ella espera… mas ellos no regresan. Tal vez, con la misma intuición que la de un gorrión que alza el vuelo ante la llegada de alguien que va a lanzarles un poco de alpiste, pero éste cree que va a atraparlo, así ellos se desparramaron por las enmarañadas callejuelas. Vaya usted a saber. En un contexto donde se mueven tantos sacrificadores infantiles, los niños aguzan su sexto sentido ¡Más en estos día de Semana Santa! Sus difuntos padres siempre les dijeron que debían extremarse las precauciones en estos días, pues el promedio de secuestros es mucho mayor. “Vaya casa de Lodjina”. Le dijeron. Todo el mundo sabe que ella tiene en su casa un huerfanito. Hacia allá encaminó sus pasos.
IV
Cualquiera diría que la hubiera estado esperando desde hacía mucho tiempo. Ante le insinuación de que se quería adoptar en el hogar de niños desamparados al pequeño que yace en un rincón de la casa, la señora Lodjina respondió con entusiasmo. “Sí, como no. Lléveselo. No sabe usted como yo rogaba que llegara un momento como éste. Mire, los míos son cuatro, y mi esposo murió en el terremoto. Pero, siéntese, mientas le preparamos sus bártulos le cuento su historia…
Una mañana de domingo llagó a casa de Lodjina una joven con un niño de unos siete meses. Tenía necesidad imperiosa de que ésta le cuidara por dos días a la pequeña criatura. Solo dos días, pues ella debía ir al interior del país en busca de un dinero para pagar un abogado en un proceso judicial en que se encontraba envuelta. Las condiciones de traslado hacia Jacmel no permitirían que llevase consigo al bebé. Dos, a lo sumo, tres, y estaría de regreso. Miró a su esposo Joseph que preparaba callado una silla de pajilla a fin de venderla esa misma mañana. Este con un movimiento de cabeza dio su aprobación. La madre resultó ser una mentirosa, pues jamás la volvieron a ver… Ya en la casa había cuatro bocas, de modo que ésta vino a agregarse al cuadro de necesidades cotidianas, donde el pobre Joseph se deshacía en suspiros a fin de poder asegurar el pan de cada día. La muerte del cabeza de familia durante el terremoto vino a agravar las cosas. A Lodjina le cayó una tonelada encima. Sin una fuente de empleo, muchas noches debió dejar dormir con el vientre vacío a alguno de los suyos, con tal de darle algo al pequeño que ya debería tener un año aproximadamente. Era el cálculo de la anfitriona, quien había decido fijarle una fecha de nacimiento y un nombre. “Te llamarás Lobenki, y el problema del apellido lo veremos más adelante. El 31 de marzo será tu cumpleaños.” Sólo una fecha simbólica, para trámites de documentación, porque nunca se le celebró un aniversario.
V
Lobenki juega con una masa de fango. Ha decidido hacerse un castillito. Dentro vivirán la reina, el rey, y él, que será un gran militar, como esos que ha visto en las películas. “Cuando esté dentro de ese palacio no tendré hambre como ahora, porque dicen que las reinas tienen mucha comida. Comeré hasta hartarme y no le daré a James, pues éste me golpeó, después de quitarme el pedazo de paté. Ya hoy no comeré”. Ese pensamiento ocupaba su mente cuando llegó una señora alta a buscarlo. Como quien se cambia una ropa, mudó de pensamiento. En la inocencia de sus tres años aproximados intuía que algo grande pasaría en su vida. Esa señora parece buena, y me dará comida, según me ha prometido. Así es que allá haré un castillo mejor. Y aunque no lo demostró al instante, por cuestión de orgullo personal, que ya se le manifiesta, en su interior danzaba de alegría. Ni siquiera se percató de que ya no pertenecía a esta casa, porque ya Lodjina, con cara de pascua, sin un atisbo de tristeza, le tenía preparada su mochilita. ¡Oh, huerfanito! Pequeña hojita movida por el viento de la vida ¿Será que tu ausencia no será tenida en cuenta por nadie en esta mundo? ¿A nadie se le aguarán los ojos cuando por la noche vea tu espacio vacío a la hora de la comida? Al salir el pequeño sintió a sus espaldas una recomendación que le cayó sobre la mochilita roja. “¡Recuerda que te llamas Lobenki, y cumples año el 31 de marzo!
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