domingo, 27 de noviembre de 2011

I Como un asilo domestico



– ¿Quieres más?
– Sí… sí… – responde, mientras devora una tras otra las porciones de alimento. Lo hace con delectación, con fruición, y con cierta dosis de desespero, como si temiera que de un momento a otro el plato desapareciera de su presencia. Hay en su rostro un no sé qué de escurridizo, de asombrosa sumisión. Esa puede ser la causa por la cual me mira con ojos desorbitados cuando le llevo otra ración de comida, después de servirle un poco de refrescante jugo, que aquí en Puerto Príncipe, tras los intensos calores estivales, se convierte en el componente inevitable de las postrimerías de la mesa. Desde una esquina del comedor la observa Saddam Husein… Por supuesto que ya usted lo conoce; y no precisamente porque se trate del extinto presidente iraquí, ultimado en un cadalso americano, sino porque ya les hablé de él a través de una de mis crónicas. Ésta se parece tanto a él cuando llegó a nuestro hogar de niños desamparados, que cualquiera diría son almas gemelas. No en el aspecto exterior, físico, que bastantes elementos diferenciadores poseen, sino en lo espiritual; en esa ausencia de brillo en la mirada; en esa fuga de la sonrisa que hace tiempo emigró de su rostro y ahora deambula por no sé qué paraje difuso del infinito… Ella no parece advertir que es blanco de muchas miradas compasivas, condescendientes, amorosas, cálidas, ¡de bienvenida! Solo parece advertir el nutritivo elemento que tiene… mejor dicho, tenía delante, porque, de un golpetazo ¡se lo ha zampado todo! Esa misma mirada con que lo mira a usted desde la foto con que acompañamos este artículo es la que me fulminó como para darme las gracias, pero había en aquella una magia que solo se transmite a través de los olores de la vasija recién vaciada, que usted inevitablemente no podrá percibir desde su afortunado rinconcito cálido de este planeta.

II
OEIDIH se ha convertido en una especie de asilo, al que han arribado varios niños, algunos de los cuales, por razones de espacio, o de tiempo (¡Vaya usted a saber!) usted no conoce. Pero dé por sentado que en algún momento, a su debido tiempo, los conocerá. Es que detrás de cada nombre de este colectivo infantil se esconde un historia sui géneris, única, irrepetible, como jamás se repetirá la fisonomía idéntica de otro individuo. De seguro en algún momento de nuestra existencia se la presentaremos de forma puntual. Compartimos otras responsabilidades, lo que no hace posible que cada vez que usted nos visita encuentre la historia deseada, esperada. Solo algunas han desfilado por nuestra galería de niños que han estado al borde del martirologio… algunas con matices más tétricos que otras; pero en todas el denominador común es el siguiente: hemos abierto nuestras puertas justo en el momento que alguno de estos infantes ha dado desesperadamente un aldabonazo, porque la vida agitada y angustiosa de esta ciudad devoradora de niños lo persigue para estrangularle los sueños que hasta un día acarició y que ahora ha tenido que guardar apresuradamente en una raída mochila…sueños estrujados que pujan contra el olvido para no ser lanzados contra una pared que termina en precipicio…sueños que flotan en las aguas encrespadas de un océano convertido en una ciudad fantasmal, y van dentro de una botella con la petición de auxilio que a veces no llega a sus destinatarios, porque la crueldad de muchos falsos preceptores se los pisotean miserablemente… sueños, al fin ¿Qué otra cosa podría albergar la mente de un niño que raya en la pubertad, cuando la vida le ha arrancado, sin piedad a sus padres y lo ha arrojado a la calle, dándoles un portazo en plenas narices, sin darle tiempo para recoger sus raída muñeca o su pelota deshilachada? Quien no haya estado en el Puerto Príncipe del siglo actual, deplorablemente no habrá conocido el verdadero rostro de la miseria humana. Víctor Hugo escribió en el siglo diecinueve, la miserable vida de la nación que se erigió como metrópoli de ésta otra. Lo que no pudo concebir su fecunda imaginación fue que dos siglos después en el hemisferio occidental esta otra nación pequeña les aventajara en condición misérrima ¡Vaya ironías de la vida! Allá, por lo menos en la rancia aristocracia no se albergaban los sentimientos mezquinos que usted suele encontrar en este rincón del planeta azul llamado Tierra. Tampoco eran los mismos contextos, por lo que la existencia de ésta nos da la idea de un anacronismo rancio e irremediable.

III
Jounisa Toussaint llegó justamente en el momento de su mayor apuro. No porque la persiguieran, sino porque otras circunstancias conspiraban contra ella. Huérfana de padre y madre, no tuvo como agente agresor el devastador sismo del pasado 12 de enero de 2010, sino mucho antes. Cuando tenía cinco años perdió a su padre, quien fue ultimado en plena calle por una banda de forajidos. Unos meses después fallecía su madre, quien sabe si de pena… ¡Vaya usted a saber! Sabido es que las personas que mueren en esta ciudad no reciben el diagnostico forense en un elevado por ciento de los casos, de lo que se desprende que cualquier elucubración sobre las causas de su deceso puede ser entendida como válida. Lo cierto es que la niña fue recogida por una prima, quien le dio abrigo y manutención. Esta capitalina se las había ingeniado para dejarse ver ante los ojos de los demás de la familia como la preceptora ideal. Así que durante ocho años la tuvo bajo su techo y custodia, sin que los demás sospechasen que pudiera tener una personalidad controvertida.
IV
El primer encuentro de esta niña con nuestra organización data de más de un año, pero inexplicablemente perdimos todo contacto con ella, a pesar de haberle pagado desde hace más de doce meses el costo de sus estudios durante todo un curso escolar. Sucede que su prima encuentra un trabajo. Lo que resultó una bendición para la casa en la que hay un hombre que no quiere trabajar, para dejar la misión de sustentadora a la fémina, y Jounisa se convierte en una obrera sin salarios (¿¡Quién viera semejante disparate alguna vez!?), de la noche a la mañana en casa de su propia familia. Porque se le impone la tarea de cuidadora del niño más pequeño de la casa, un infante de sólo unos meses. No creo innecesario que le diga que además debía asegurar todas las demás actividades domésticas, lo que incluye la escoba, la plancha, el trapeador, la cocina y todo los que de estos ilustres elementos se desprende. De modo que vio volar en pedazos sus sueños… Y la idea de poder ser alguien en la vida escapó tras la cola de un papalote que se fue a bolina . A estas alturas se le encomiendan otras misiones o labores domésticas, de modo que poco a poco se ha ido convirtiendo en la columna vertebral de la casa… Poco a poco va sintiendo como la cárcel se le va haciendo más y más insoportable. Siente cómo los grilletes que de buenas a primeras se le han impuesto van siéndole intolerables… “Debo escapar; pero, ¿a dónde? De repente recuerda la existencia nuestra y concluye: ¡Claro, hacia OEIDIH, o nunca más podré estudiar!” Sin pensarlo dos veces se lanza a una aventura, cuyo desenlace no puede avizorar, pero de la que está segura que tiene que salir, porque la vida no le ha dejado otras alternativas.
Sin un céntimo con qué pagar el pasaje se mueve a lo largo de las tortuosas calles y callejuelas de esta complicada ciudad mitad montaña, (y mitad montaña). Así famélica, con el alma hecha jirones llega a nuestras puertas.
Y el pastor Ezequiel Batista, director de la Organización Evangélica Internacional para el Desarrollo Integral de Haití (OEIDIH) da su aprobación para que esta niña se convierta en el inquilino número once de nuestra casa de niños desamparados. Su esposa, la pastora Yanuirka Moskeda la inscribe en el registro con esos datos y ordena se le se le sirva una suculenta ración de alimento (superior a la per cápita habitual). Y la niña la devora, como quien presiente que fuera a acabar su existencia y esa fuera la última acción que haría.

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