Acostumbrado a
vivir en una nación, en la que a pesar de todas las carencias existentes, a
pesar de los constantes tropiezos que en el afán de avanzar, emergen, usted
puede encontrar una voluntad política a tono con el propósito de mantener un
pleno respeto por la dignidad humana, jamás pensé encontrar en este pequeño
rincón del Caribe tanta historia increíble en la que los niños fueran los
protagonistas del despojo desmedido, del ultraje a todas luces y del abandono
proverbial. Nosotros, los que hoy habitamos en OEIDIH, nuestra organización
humanitaria de fines no lucrativos, a
fuerza de reiteración, ya habíamos experimentado grandes sorbos de
desconcierto, porque frente a cada historia de las que les he compartido
siempre aparece el sobresalto del corazón, porque se trata de realidades que en
muchas ocasiones rebasan los límites de la propia ficción, a tal punto que en
ocasiones pudieran codearse nuestros relatos con la inverosimilitud. Pero aun frente a la realidad el corazón se resiste a dar
crédito a muchos de los pasajes que desfilan por delante de nuestras miradas
atónitas, y en todo caso emerge una interrogante ¿Cómo puede ser posible que en
plena alborada del vigésimo primer siglo haitiano haya tanta crudeza humana?
¿Cómo el nivel de los sentimientos del corazón pueden rebasar los límites de la
tolerancia para desembocar en el miasma de lo indecible?
La historia que le
voy a contar pudiera parecerle inverosímil en extremo, porque sus ingredientes
no son los mismos con que se suelen “cocer” a fuego lento las ficciones
saturadas de edulcorantes maquillajes que llegan a presentarse como el producto
al que jamás discreparíamos una tilde. Aquí yo he preferido omitir, por razones
éticas, algunos elementos a fin de no herir la sensibilidad del lector. No he
puesto maquillajes; solo he podado en
algunos casos, ciertas protuberancias, para no agredir su ego, querido lector.
II
Jessica es una
adolescente que no ha conocido la felicidad. Esta ni siquiera ha tenido la
torpeza de pasarle cerca para que la pudiera contemplar de soslayo. Es huérfana
de padre y madre, y antes de venir a nosotros cocinaba para más de diez
personas. De modo que usted ya pudiera adivinar que nos encontramos en
presencia de una ex restavèk, un término que se ha acuñado para identificar a
las esclavas domésticas que en este país trabajan de sol a sol solo para tener
derecho a un plato de comida y en la mayoría de los casos a unos dos metros de
piso donde colocar su adolorido cuerpo, en cualquier indeseable rincón de la
casa. Usted puede suponer que de esta vida de cautiverio citadino tendríamos
mucho de qué hablar. Ese quizás pudiera ser el tema de otro encuentro, porque
hoy quiero narrarle una experiencia que le ha desgarrado el alma a esta
adolescente, a tal punto que ya no puede evocar su pasado sin que se le
atraviesen como flechas envenenadas las tristes escenas… Le invito a echar un
vistazo hacia atrás. Apartemos indiscretamente, un poco, la neblina de los
años…
III
La muerte de los
padres de Jessica sobrevino en serie. Una tras la otra. De modo que esta niña
de 3 años no tuvo prácticamente la dicha de saborear el afecto de sus
preceptores. Ni siquiera pudo saborear el dulce calor del hogar, aún cuando
doliera en su alma inocente la ausencia de sus progenitores, porque su hermano
mayor, un hechicero de marca mayor, ungan,
echó a toda la prole a la calle. Dos hermanas mayores que Jessica trataron de
entablar proceso judicial a fin de recuperar alguno de los inmuebles que en
herencia dejara su padre. Terminarían sus días pasando a mejor vida, como
consecuencia de un despiadado acto de hechicería. La niña fue lanzada a una
gran cañada por donde corren las aguas de drenaje albañal de la ciudad, junto
con su hermanito de poco menos de diez meses. Un enorme cerdo se les acerca, la
cola enroscada caprichosamente hacia arriba, como para indicar el vigor de su
anatomía ¡Viene masticando una porción de carroña! A la niña se le encoge el
corazón, porque intuye que la enorme bestia se puede engullir a su hermanito, y
con un poco de mala suerte a ella también. Así que grita con todas sus fuerzas.
El cerdo se acerca y olisquea insistentemente el cuerpo de la criatura que
grita desesperadamente. Parece decidido a tomar su botín porque resopla dos o
tres veces antes de darle la primera dentellada en un muslo. Abre todo cuanto
le es posible sus fauces y lo atrapa en este sitio ¡Oh pequeñín, cuyo destino
parece ser el de los desamparados a su suerte! Lo sacude y lo levanta con el
objetivo de arrastrarlo para apartar su presa y alejarse de la intrusa que
dando alaridos le importuna. Justo en ese instante un golpe contundente hace a la bestia desistir del empeño, pues
abandona a regañadientes a su botín y sale gruñendo cañada abajo. La pequeña
Jessica hoy recuerda la aparición de la señora Josephine como la de un ángel de
la guarda, pues de haber demorado un segundo quizás su hermanito habrá sido
destrozado y engullido.
… Y cada vez que
narra la historia, a instancias de algún curioso (¡que nunca faltan!) un brillo
de impotencia, y también de agradecimiento, le asoma a la mirada como quien
tributa con un aplauso desde lo más recóndito de su corazón a una persona digna
de homenaje.
Arnoldo Civil
Urgellés

