domingo, 4 de septiembre de 2011

UNA PAGINA ROTA




I
Hoy no es un sábado cualquiera. Los rostros de los niños están tristes, cuando debían estar alegres: en realidad cada sábado se convierte en motivo de festividad. Los niños cantan, ríen, danzan, patean el balón dentro del reducido espacio geográfico de nuestra institución, todo hecho tras el secreto y discreto propósito de recibir luego la merienda, y un poco más tarde el almuerzo, que en la mayoría de los casos se convierte en la única porción de nutrientes que entra en el famélico cuerpo, y de recibir las porciones de enseñanza, que en nuestro contexto evangelizante se convierte en una comunión espiritual de elevadas dimensiones. Hoy las niñas y niños de OEIDI no sonríen como de costumbre. Es como si se hubiera cubierto el recinto con un velo fúnebre. Realizan las acciones como autómatas. Eso sí. Nadie llora. Después del 12 de enero de 2010 el haitiano ha aprendido a no llorar. Tanta lágrima se ha secado dentro de su alma que ahora resulta algo más que imposible sacarle una gota de ese estanque lleno a plena capacidad. Se les ha formado en el corazón una especie de costra sobre la cual flota la indiferencia. Vieron tantos muertos “viajar” amontonados sobre las plataformas de los camiones, unos sobre otros, rumbo a las fosas comunes, después del terremoto; vieron tantas “modalidades” de muertes bajo los escombros, tanta gente boca arriba o en otras posiciones, con los cuerpos descompuestos, putrefactos, roídos por los perros famélicos de Puerto Príncipe, que ahora la muerte, para ellos es como una noticia acre, que les retuerce el paladar del alma; pero quizás, eso y nada más. Quizás esa sea la razón por la que hoy no sea un sábado cualquiera. Los niños apenas sonríen, y hacen las cosas como movidos por el resorte de la disciplina… ¿Cuál será la causa de tanta consternación?
II
Suele suceder que casi nunca nuestros cien niños asisten a la cita sabática. La media habitual fluctúa entre los ochenta y los noventa; incluso, en ocasiones hay menos de esa media. Muchos son los factores que convergen en la consumación de este hecho. La causa principal: ha faltado el dinero con que pagar el medio de transporte desde la casa hasta la sede de nuestra organización. La tap tap, el típico medio de transportación urbana de Puerto Príncipe cuesta bastante caro, y no siempre es posible hacerle frente, sobre todo en aquellas personas, cuya economía depende de las dádivas de otros durante un período de siete o más días. Las enfermedades también los “visitan” frecuentemente. Y a pesar de que en nuestros programas de rehabilitación tenemos asegurada la presencia gratuita de médicos que una vez al mes los “revisan de pies a cabeza”, como solemos decir en buen cubano, o en buen caribeño, en muchas ocasiones puede verse diezmada nuestra tropa a causa de alguna dolencia repentina. Si entre ellas incorporamos el cólera, que en estos tiempos se ha enervado bastante en Puerto Príncipe, tendremos el cuadro total de las razones por las cuales cuando falta un niño, no lo echamos de menos, aunque sí nos causa inquietud y preocupación. Pero casi nunca una ausencia de niño nos hace desplegar una acción inmediata e instantánea, rumbo al niño ausente. Las causas han sido enumeradas en renglones precedentes De modo que no es un hecho extraordinario cuando no vemos a uno de nuestros inquilinos-hijos en nuestro hogar de niños desamparados. Siempre damos por descontado que cuando alguna cara ausente “acude” a nuestra memoria, luego de hacer el pase de lista sin que responda “prezan” (presente), es por la causa a que ya aludimos. En el próximo sábado se ponen al día. Se cuentan las aventuras que se perdieron y casi con una auto reconvención en la mirada, se actualizan, a la par que empiezan a incorporarse al tren de las actividades que es hemos preparado…
III
La noticia nos llegó seca, rotunda, como un mazazo demoledor. Jackeline Saintfleur, hermana de uno de nuestros alumnos huérfanos-beneficiarios, apareció muerta. Tuvieron que transcurrir dos largos días para poderle dar sepultura, porque aquí las cosas más simples toman matices de complejidad extrema. Tal es el precio de una burocracia que se atrinchera detrás de un cuadro dejado por la desolación de un paisaje en blanco y negro. Porque en Puerto Príncipe vivir es un gran problema para una mayoría aplastante de personas. Cuesta muy caro cualquier recurso mínimo de subsistencia, que hace que vivir sea un reto…Pero si eso es difícil, ¿cuánto más no sería morir (paradojas de esta vida terrenal) en un contexto en el cual después de “despedirte de los vivos” no puedes encontrar, siquiera una sepultura digna (¿Usted se sorprendería si le dijera que el cementerio de Petion Ville, el mayor de esta ciudad capital fue demolido y allanado, con la finalidad de construir otras instalaciones “más importantes”? No se sorprenda. Parafraseando al poeta cubano, Manuel Navarro Luna, os digo: “… es Puerto Príncipe, no os asombréis de nada…”) Perdóneme la elucubración, necesaria, para decirle que durante dos largos días –según pudimos conocer después–la hermana de uno de nuestros niños permaneció insepulta porque no se podía conseguir un sarcófago en el cual enviarla al sepulcro “de los condenados en vida”. Después del 12 de enero, morirse constituye un motivo de lucro para muchos. Los precios de los ataúdes se han disparado hasta las nubes, y luego se les perdió el camino de regreso a tierra. En esas condiciones, en ocasiones, a veces a la gente, pienso, le dolería morirse, con tal de no poner en aprietos a sus seres más queridos. Paradojas que tiene la vida.
IV
Hoy hemos conocido, por boca de uno de nuestros niños que Ruthney Dorinvil (la que nos mira desde el fonde de unos ojos interrogantes, en las fotos que compartimos) no pudo venir el sábado pasado, pues su hermana dejo de existir. Había estado durante tres días con depresión, mirada lánguida, pasos cansinos, respiración entrecortada. Aquí en Puerto Príncipe eso no es una señal de alarma. ¡Cuánto niño aquí no padece de este síndrome! Había salido en varias ocasiones a conseguir una dádiva, de esas que en ocasiones, manos indiferentes le dejan caer, de paso. La cosa, al parecer se le había tornado difícil, porque hacía varios días que había estado regresando con las manos vacías. Así que, dedujimos, por el cuadro que nos mostraron después, que había dejado de existir, a partir de un cuadro de hipoglucemia, producto del hambre que la había estado azotando despiadadamente. Manifiestan que no podía moverse; sudaba en abundancia, al tiempo que pedía un “siret” (caramelo), que nunca le pudieron dar. Quienes la acompañaban no son sus padres. Ellos murieron en el terremoto. Son solo parientes, quienes la tenían consigo para “darle manutención”; de modo que no podemos decir que hubiera totales niveles de ocupación hacia la niña. Hoy, por los detalles que recibimos sabemos que la habían estado empleando como restavek, una modalidad de esclavitud doméstica, que pulula en Haití, de modo que le cerraron todas las puertas de salida de la misma hacia nuestra organización. Así que lo que hubiera podido ser una válvula de apertura hacia la vida, se le tornó en una barrera infranqueable. Y a la niña no se le permitió salir del recinto en el que se encontraba, hasta que por iniciativa propia, una buena tarde, decidió escapar, luego de escalar una elevada tapia que la incomunicaba con el mundo exterior. Vagó así, por las calles de Cite Soleil (Sitesoley). Pero como no había “aprendido el arte de pedir” nunca encontró sustento. Se fue deprimiendo, el mundo se le fue achicando, que Puerto Príncipe le comenzó a caer sobre la cabeza. Y ya usted sabe cuán pesada es la carga de referencia. Así, como quien comienza una cuenta regresiva, la niña vio que a su reloj de arena se le acababan los granitos…
V
Oídme bien, vosotros, los que un día prometisteis ayuda a esta conmocionada nación que se deshace entre los índices de la indigencia extrema. Vosotros, los que un día, después del fatídico 12 de enero le disteis esperanzas de reconstrucción a una nación que tuvo la oportunidad de ver desbordarse su río de lágrimas, entre el desconsuelo y la angustia ¿Por qué habéis olvida vuestro pacto de solidaridad con un “caído”? Mirad cómo se desmiembra sobre sus propios escombros una nación, cuyos niños andan por las calles sin comprender por qué la realidad se ha ensañado con sus existencias. Hay muchas Jackeline Saintfleur en el torbellino de la agitada incertidumbre, demandando un mísero mendrugo de pan, sin comprender la causa por la cual sus manos permanecen vacías. Algunos se rompen el velo de la esperanza mientras esperan en una esquina, ahítos de polvo, que después de limpiar uno, dos, diez, o más parabrisas, entre piruetas e increíbles malabarismos, alguien les deje caer una limosna… que en la mayoría de los casos, no les llega. Otros, más abiertos a la realidad, se dan al pillaje, al robo, en una ciudad donde este acto puede conducir hasta la muerte. Escuchad esta reconvención: el dedo acusador de Haití os apunta al rostro. Haití sacude frente a vuestras narices los trapos rotos de su miseria, a ver si recordáis por un instante que fue la primera nación en sacudirse del yugo de la metrópoli gala, y ahora navega en las aguas turbulentas de la incertidumbre, en una espiral vertiginosa que se los traga en un punto invisible de la nada en se transforma su abismo insondable ¿Es que no habéis percibido que se nos deshace entre las manos el destino de una nación que todos tenemos la obligación de ayudar, y ninguno de saquear? Es hora ya de que os quitéis las máscaras… ¡La fiesta de disfraces hace tiempo terminó! ¡Pongamos por bandera la dignidad y el decoro! ¡Démosle la mano de una vez, y ayudémoslo a ponerse de pie, porque la posición en que permanece, allá abajo, es demasiado ignominiosa, ominosa y aberrante!

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