Como un primer amor
Las organizaciones son un organismo vivo. Diríase que en ellas late un corazón, que tienen alma… y tienen un comportamiento humanoide. En resumidas cuentas nacen de la mano de nosotros, los que fuimos creados a semejanza de Dios. Esa es la razón por la cual todo lo que en ellas acontezca debe ser atribuido a la mano de los hombres…
¿Qué hombre o mujer, llegados a la plenitud de sus facultades, en la madurez de sus vidas, no recuerdan con nostalgia los momentos idílicos del primer amor, ese que les sacudió los cimientos del corazón para llevarlos (as) un poco más allá de las estrellas? ¿Encontraremos en este universo convulso a alguna persona (aunque sea una) que sea capaza de sustraerse del momento del suspiro al recordar a la primera persona que un día la invitó a pasear por las estrellas, a cultivar las primeras flores de la vida, a contemplar cómo brotaban en sus manos los retoños de los que nunca más sería olvidado? Categóricamente me atrevería a decir que no. Sería como hallar una aguja en un pajar, o como hallar un grano de arena en un inmenso montón de escombros. En ese rincón del alma donde guardamos los sueños, los amores, las añoranzas… hay un cofrecito especial donde atesoramos lo primero bonito que nos aconteció en la vida. No es cosa de juego el que hayamos aprendido a suspirar mirando las estrellas; que nuestra piel se estremeciera con un impulso virginal al influjo de la primera caricia; que nuestros corazones se convulsionasen ante el impulso de la primera alborada enternecedora… Después vienen otros amores. Casi siempre. Digo “casi”, porque en raras excepciones hay personas que se enclaustran y viven atosigándose, fustigándose el alma con esos dulces recuerdos que ya son patrimonio del pasado. Pero en la gran generalidad de los casos esos nuevos amores logran “hacer” que el individuo salga del anquilosamiento en que se encontraba sumergido… Nuevas regiones celestes vienen a ser contempladas mientras los corazones vuelven a ser objeto de agitación convulsa por otras pasiones. Los días vuelven a tener otros colores… La felicidad vuelve a instalarse en cada quien del modo que le haya tocado… Los grandes escritores siempre hablan del primer amor. Cada cual vivió su experiencia a su manera. En resumidas cuentas la vida es única para cada persona. Nunca habrá dos personas que atesoren exactamente los mismos recuerdos ¡En ese “detalle” radica la inmensa sabiduría de Aquél que nos creó! ¡Nos hizo iguales y diferentes al mismo tiempo!
Nuestra organización nació en el corazón del pastor Ezequiel Batista. De eso ya hemos hablado en alguna de nuestras crónicas. Hoy “noviamos” con otros amigos de diferentes latitudes del globo. Nuestras relaciones han comenzado a crecer. Porque toda obra justa no puede ser puesta “debajo de un almud” como nos aconseja el Maestro en Mateo 5:15, sino que sale para que todos los ojos la vean, a la luz del día, y la contemplan tal cual es, en su justa dimensión. Nuestras relaciones han crecido. Y no decimos que nuestro funcionamiento orgánico sea perfecto, porque aún contamos con las limitaciones que provoca el hecho de no tener un proyecto financiado, razón por la cual nos vemos limitados en el desarrollo de numerosos renglones de actividades en la vida de OEIDIH, y por eso el grueso de nuestras acciones tienen el sello de la improvisación, según se nos faciliten las cosas. Pero la vida de nuestra organización se siente en el latir de los corazones de cada uno de nuestros niños huérfanos. Quizás parezca un hecho intrascendente; pero la inmensa mayoría de los más pequeños, ésos que no pueden camuflar sus sentimientos y se revelan tal y cual son, sin un atisbo de “maquillaje emocional” con el corazón desnudo, sin ropajes…, cuando vienen a ser recogidos, ya de noche, por sus parientes, oponen resistencia ante el hecho de que se los quieran llevar de nuevo para sus respectivas carpas. En varios países del Caribe tenemos amigos. Todos nos quieren. Cada vez que alguno de ellos nos visita, con ellos contemplamos el firmamento, emocionados, como la parábola con que iniciamos esta reflexión. Miramos con ellos las estrellas, porque nos transfunden energías, a través de sus generosas ayudas. Nos dan el calor que en esta convulsa y atrofiante ciudad se necesita a cada instante como una generosa transfusión de amor y de bonanza. Son nuevos amores que le han nacido a la organización. Sin ellos nuestra vida sería poco menos que imposible. Pero cuando miramos por encima del hombro, hacia atrás, recordamos con nostalgia nuestro primer amor. Su nombre es Petra, una ciudadana checa que nos tendió la mano por primera vez, cuando la barco de OEIDIH amenazaba con “hacer aguas” en el inmenso océano de la incertidumbre. Nos lanzó una balsa en la que nos pudimos refugiar cuando nuestro comienzo era realmente incierto, cuando casi nadie creía en nosotros, cuando muchos pensaron que éramos unos aventureros de pacotilla que habíamos venido a “negociar” sobre la base de los sentimientos y las desdichas de otros... No. Petra fue la primera persona que caló en nuestros corazones y vio en ellos en germen de la piedad que genera el hecho de ver a niños huérfanos cabalgar sobre el corcel desenfrenado de la miseria, rumbo a un precipicio insondable y salir disparados, a riesgo de nuestras propias vidas, y atraparle la brida, justo un minuto antes de llegar al borde del precipicio, para hacerlo detener su desenfrenada carrera hacia la nada. Supo desde un primer momento que nosotros vinimos a Haití a tender la mano a las personas que clamaban por el concurso de nuestros esfuerzos. Por eso (¡Oh, nostalgia bendita!) hoy “noviamos” con otros amigos. Nuestras relaciones son muy sólidas. Cada vez que alguno de ellos nos visita, llega al hogar de niños desamparados un carrusel de colores. Como decimos en buen cubano se arma la gorda. En ocasiones la algarabía es delirante. Hay ocasiones en que los “entretenemos” en alguna tarea, a fin de que no descubran la llegada de algún amigo de ultramar. Basta con ver el delirio con que saltan dando alaridos re regocijo, cuando lo descubren que alguien los ha visitado… Nosotros también lo celebramos. El gozo inflama, dilata las aletas de nuestras narices; nuestra respiración se entrecorta; nuestros corazones se llenan de gozo: la alegría de nuestros “hijos” es nuestra propia alegría, y festejamos el encuentro, descorchando imaginariamente el champan de la victoria: Pero en nuestros corazones hay un rinconcito en el que late, rutila una estrella. Esa que nos depositó el primer amor nacido de Petra. Petra, OEIDIH jamás te podrá olvidar. Jamás te va a olvidar. Lo boca de OEIDIH, a través del ciberespacio quiere depositar en tu mejilla un cálido beso de agradecimiento, porque fuiste nuestro primer amor.
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