Sadam Husein no es Sadam Husein
Sadam Husein fue un líder iraquí cuyo, epílogo todos conocemos. Murió como consecuencia de la agresión que recibiera su país, y por consiguiente, su historia terminó con un tanque de agua fría (¿o un tanque de guerra?). De hecho, ahora no vengo a hablarles de ese hombre cuyo epílogo yace bajo los escombros de una invasión multinacional. Vive con nosotros, en OEIDIH, nuestra organización no gubernamental sin fines lucrativos, otro Sadam Husein que se mueve en la misma geografía, pero quizás en otra dimensión social o histórico˗ emocional ¿Por qué le pusieron ese nombre? Realmente no sabría decirlo. Tal vez inspirados por una secreta simpatía hacia el homónimo iraquí. Lo cierto es que sus padres yacen bajo los escombros de un edificio múltiple de Puerto Príncipe, que aún no ha podido ser rehabilitado. (Hay una buena cifra aún de edificaciones en las que aún nada se ha podido hacer. La fiebre “humanitarista” post sísmica de las naciones que prometieron ayuda después del 12 de enero de 2010, ha bajado por debajo de la raya roja del termómetro que mide la efectividad solidaria en este maltrecho globo terráqueo). Pero bueno, volvamos a los padres de este nuevo Sadam Husein, un adolescente haitiano, cuya vida se conserva de puro milagro. Regresaba de la escuela cuando la conmoción telúrica convirtió a esta nación, ya famosa en nuestro hemisferio, por la cronicidad de sus niveles de pobreza, en elemento permanente de primera página. Él y tres de sus amigos jugueteaban en las calles de una cuidad movida por la indiferencia y la monotonía. Nada puede deprimir tanto como una tarde en la que la basura es la misma de la semana anterior y el hambre de muchos estómagos no ha podido ser mitigada desde hace varios días. Envueltos en sus abigarrados uniformes juguetean ajenos de todo. De pronto una sacudida violenta los ha dejado envueltos en una nube de polvo. Un corre˗ corre altera el ritmo de la gente que ahora se mueve como las hormigas locas. En estampida se disparan hacia sus casas. A Sadam se le congela la vida. La gente alborotada da alaridos alrededor de un montón de escombros, bajo los cuales se hallan los suyos.
II
Sadam pasó a ser “patrimonio familiar” de una antigua vecina, amiga de la familia, quien por razones sentimentales asumió su manutención de forma definitiva. En honor a la verdad desempeñó con bastante eficacia su rol humanitario. Pero la suerte quiso jugarle una nueva mala partida. Tres meses después del sismo, ella fallece, dejando al muchacho solo en el apartamento que la finada había rentado por un año. Los dueños lo echaron a la calle. Fueron muchos los sufrimientos del pequeño, que dormía en cualquier sitio, desde donde terminaban echándolo. Así que al otro día era protagonista de una nueva aventura. Así, noche tras noche, al chico se le ocurrían nuevas inventivas para poder subsistir. Una limosnita aquí, otra allá, y lograba equilibrar el metabolismo estomacal.
III
OEIDIH, nuestra organización no gubernamental sin fines lucrativos, es un sujeto de fuerza social, porque los problemas de los niños desamparados son sus (nuestros) problemas. Por eso cuando conocimos de la penosa situación del protagonista de nuestra historia nos dimos a la tarea de localizarlo. Así que ordenamos a una de nuestros colaboradores Se Laplante, una dinámica trabajadora social haitiana, para que nos encontrara una pista que condujera el desdichado Husein. De esta manera navegamos varios días en aguas inciertas…hasta que apareció el muchacho. Uno más de montón de niños demacrados. Macilento, la ropa raída y el corazón hecho jirones, porque la vida se ha ensañado con él, jugando varias partidas en su contra. En su mente no cabía la idea de que estuviera en una casa, que un techo le prometiera una noche y un poco de calor (ambiental y humano)
No tenemos recursos para asumir el reto, pero lo tenemos entre nosotros. Compartimos nuestro pan, y la bendición de Dios con él. Hay que decir que solo al cabo de un mes hemos podido descubrirle la sombra de una sonrisa. Por las tardes juega futbol con sus correligionarios o hermanos de infortunio (¿de fortuna?). Y en ocasiones ha llegado hasta a dirigir nuestros servicios devocionales. Siempre da gracias a Dios porque le ha regalado a unos nuevos padres, de los que no quisiera desprenderse, porque no quiere volver a las calles. Le da miedo el destino incierto, del que tanto se habla. Su cuerpo se eriza solo de pensar que pudiera ir a parar en una caldera vudú o el hambre pudiera acabar con su existencia.
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