Como cada semana, aunque no lo habíamos prometido, se nos va haciendo un hábito, el colocar algunas ideas que renueven la imagen que nuestro público lector tiene de nosotros, porque quien participe de tanta sublimidad jamás podrá sustraerse de regalar a su prójimo una crónica de los acontecimientos, a fin de hacerlo cómplice de tan maravilloso ejercicio de bondad y grandeza.
Yo vine de visita a Puerto Príncipe. Se suponía que después de un año y cuatro meses las heridas causadas por el terremoto a la sociedad estuvieran, en alguna medida, restañadas; pero vi a los pocos días de permanencia en este lugar un nuevo rostro, el de la orfandad. Muchos niños sin el amparo de sus padres vagando por las calles, sin algo que llevarse a la boca… y sin una mano de quien asirse… Es el nuevo saldo del inmenso evento telúrico que conmocionó hasta sus cimientos la capital haitiana. El Reverendo Guillermo Ezequiel Batista es el ejecutor de un proyecto, que aunque no está financiado, lleva un respaldo por fe y ganas de hacer el bien a los necesitados. Cada sábado, luego de tocar numerosas puertas se consigue dar amparo alimenticio a cien o más niños que, rompiendo la rutina estresante del hambre eterna, vienen en pos de OEIDIH, una organización no gubernamental con fines no lucrativos, cuyo único propósito es el de restañar las heridas que en el alma de los niños huérfanos han quedado. Tan bien se ha hecho que ya los niños esperan con ansiedad tan acariciada fecha del almanaque. Todas esas grandezas las vi en los primeros días de mi visita que pretendía ser de unos siete días. Soy cristiano hasta la médula y martiano por convicción. Cristo dijo: “Dejad los niños que vengan a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de los cielos…” Por su parte Martí sentenció: “Nada hay más importante que un niño…” Estas dos premisas son la causa de que me haya sentido atrapado por las proyecciones de tan filantrópica proyección. Por eso me he quedado para participar con todos los que pretenden hacer de los desdichados el principal motivo de su existencia.
Este sábado fue un poco más grande. Nuestros niños tuvieron la oportunidad de recordar el sacrificio de Cristo (en el contexto de la Semana Santa), de múltiples maneras. Dramatizaron, con increíble nivel de maestría profesional escenas que ponen de relieve la grandeza del Maestro. Cantaron a viva voz, como en la semana no habían hecho. Realizaron juegos de participación, que culminaron con la entrega de galardones. Estuvieron inmersos en la realización de un concurso, cuya figura central fue la de Jesucristo. Esto, luego de haber visto materiales audiovisuales relacionados con la corta pero fructífera estancia del Maestro en esta tierra. Nunca vi tanta emoción antes contenida y ahora canalizada a través de los diferentes momentos que la organización les proporcionaba. Cualquiera que los viera podría decir que estaban viviendo con intensidad el último día de sus vidas…
En eso pensaba, tendido en el suelo, cuando una pequeña de alrededor de siete años, salida de quién sabe dónde, me estampó un alocado beso en la mejilla, al tiempo que salía disparada a incorporarse a la barahúnda infantil que rompía todos los termómetros que pudieran medir los niveles de temperatura emocional ¿En qué pensaría la pequeña cuando me “agredió” el alma con tanta muestra de agradecimiento? ¿Tal vez vio en mí (en nosotros) al padre y la madre que ya no estarán con ella? ¿Tendría su diminuta alma necesidad de descargar un poco de ese amor que le revienta por cada poro sin tener durante la semana con quién compartirlo? Esas y otras interrogantes me fusilaron el alma, porque jamás había sido testigo de tanto desamparo. Haití precisa de manos; de manos hacendosas. Manos de personas que digan menos y hagan más. Si cada uno de nosotros deposita un poquito de amor en estos seres que como una hojita han sido arrojados por el viento en el desierto del infortunio, de seguro que Dios se lo recompensará con creces. Si no pudiere estar físicamente, su ayuda monetaria o en especie, quizás nos contribuiría a prolongar un día más de felicidad en quienes casi han olvidado el sabor de la sonrisa, el color de la felicidad y la temperatura del amor. Si eso no les ha pasado definitivamente, es porque existe la Organización Internacional para el Desarrollo integral de Haití (OEIDIH). No pedimos para otra cosa que para prolongar la felicidad de quienes han saboreado la dureza del infierno desde un rinconcito de la tierra llamado Puerto Príncipe.
MSC Arnoldo Civil Urgellés
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