sábado, 18 de agosto de 2012

Vivir para ver

 

Acostumbrado a vivir en una nación, en la que a pesar de todas las carencias existentes, a pesar de los constantes tropiezos que en el afán de avanzar, emergen, usted puede encontrar una voluntad política a tono con el propósito de mantener un pleno respeto por la dignidad humana, jamás pensé encontrar en este pequeño rincón del Caribe tanta historia increíble en la que los niños fueran los protagonistas del despojo desmedido, del ultraje a todas luces y del abandono proverbial. Nosotros, los que hoy habitamos en OEIDIH, nuestra organización humanitaria  de fines no lucrativos, a fuerza de reiteración, ya habíamos experimentado grandes sorbos de desconcierto, porque frente a cada historia de las que les he compartido siempre aparece el sobresalto del corazón, porque se trata de realidades que en muchas ocasiones rebasan los límites de la propia ficción, a tal punto que en ocasiones pudieran codearse nuestros relatos con la inverosimilitud. Pero aun  frente a la realidad el corazón se resiste a dar crédito a muchos de los pasajes que desfilan por delante de nuestras miradas atónitas, y en todo caso emerge una interrogante ¿Cómo puede ser posible que en plena alborada del vigésimo primer siglo haitiano haya tanta crudeza humana? ¿Cómo el nivel de los sentimientos del corazón pueden rebasar los límites de la tolerancia para desembocar en el miasma de lo indecible?
La historia que le voy a contar pudiera parecerle inverosímil en extremo, porque sus ingredientes no son los mismos con que se suelen “cocer” a fuego lento las ficciones saturadas de edulcorantes maquillajes que llegan a presentarse como el producto al que jamás discreparíamos una tilde. Aquí yo he preferido omitir, por razones éticas, algunos elementos a fin de no herir la sensibilidad del lector. No he puesto maquillajes;  solo he podado en algunos casos, ciertas protuberancias, para no agredir su ego, querido lector.
II
Jessica es una adolescente que no ha conocido la felicidad. Esta ni siquiera ha tenido la torpeza de pasarle cerca para que la pudiera contemplar de soslayo. Es huérfana de padre y madre, y antes de venir a nosotros cocinaba para más de diez personas. De modo que usted ya pudiera adivinar que nos encontramos en presencia de una ex restavèk, un término que se ha acuñado para identificar a las esclavas domésticas que en este país trabajan de sol a sol solo para tener derecho a un plato de comida y en la mayoría de los casos a unos dos metros de piso donde colocar su adolorido cuerpo, en cualquier indeseable rincón de la casa. Usted puede suponer que de esta vida de cautiverio citadino tendríamos mucho de qué hablar. Ese quizás pudiera ser el tema de otro encuentro, porque hoy quiero narrarle una experiencia que le ha desgarrado el alma a esta adolescente, a tal punto que ya no puede evocar su pasado sin que se le atraviesen como flechas envenenadas las tristes escenas… Le invito a echar un vistazo hacia atrás. Apartemos indiscretamente, un poco, la neblina de los años…
III
La muerte de los padres de Jessica sobrevino en serie. Una tras la otra. De modo que esta niña de 3 años no tuvo prácticamente la dicha de saborear el afecto de sus preceptores. Ni siquiera pudo saborear el dulce calor del hogar, aún cuando doliera en su alma inocente la ausencia de sus progenitores, porque su hermano mayor, un hechicero de marca mayor, ungan, echó a toda la prole a la calle. Dos hermanas mayores que Jessica trataron de entablar proceso judicial a fin de recuperar alguno de los inmuebles que en herencia dejara su padre. Terminarían sus días pasando a mejor vida, como consecuencia de un despiadado acto de hechicería. La niña fue lanzada a una gran cañada por donde corren las aguas de drenaje albañal de la ciudad, junto con su hermanito de poco menos de diez meses. Un enorme cerdo se les acerca, la cola enroscada caprichosamente hacia arriba, como para indicar el vigor de su anatomía ¡Viene masticando una porción de carroña! A la niña se le encoge el corazón, porque intuye que la enorme bestia se puede engullir a su hermanito, y con un poco de mala suerte a ella también. Así que grita con todas sus fuerzas. El cerdo se acerca y olisquea insistentemente el cuerpo de la criatura que grita desesperadamente. Parece decidido a tomar su botín porque resopla dos o tres veces antes de darle la primera dentellada en un muslo. Abre todo cuanto le es posible sus fauces y lo atrapa en este sitio ¡Oh pequeñín, cuyo destino parece ser el de los desamparados a su suerte! Lo sacude y lo levanta con el objetivo de arrastrarlo para apartar su presa y alejarse de la intrusa que dando alaridos le importuna. Justo en ese instante un golpe contundente  hace a la bestia desistir del empeño, pues abandona a regañadientes a su botín y sale gruñendo cañada abajo. La pequeña Jessica hoy recuerda la aparición de la señora Josephine como la de un ángel de la guarda, pues de haber demorado un segundo quizás su hermanito habrá sido destrozado y engullido.
… Y cada vez que narra la historia, a instancias de algún curioso (¡que nunca faltan!) un brillo de impotencia, y también de agradecimiento, le asoma a la mirada como quien tributa con un aplauso desde lo más recóndito de su corazón a una persona digna de homenaje.

Arnoldo Civil Urgellés